...no busques compañía.

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jueves, 25 de septiembre de 2014

Algo para decir sobre


Allá por los años 80 yo era pequeña y mi padre atesoraba una colección de revistas. Mi padre era mentiroso y yo lo había heredado, tal vez de él. Entonces firmamos el contrato. Para no tener problemas con mi madre, me había prohibido leerlas “porque eran muy fuertes para mi edad”, me dijo rotundo una tarde de invierno, y casi estoy segura de que acto seguido se cercioró de hacerme un guiño tan sutil como efectivo; aunque es probable que haya actuado algún tipo de manifestación telérgica. Para el caso es lo mismo, todo eso terminó por imprimirse de alguna u otra manera en el tejido de lo real.
Esa tarde de invierno, la segunda contraseña de mi padre fue también clara: anunció con bombos y platillos que se tiraría a dormir su acostumbrada siesta. Durmió, por supuesto, más de lo que siempre solía (teníamos poco tiempo: en breve tendría que traerme de nuevo a Rosario). Porque ahora que lo pienso bien… creo que seguramente haya sido una de esas vendettas al cubo que le hacía a mi madre (que nunca le gustó el ocio improductivo y altanero del arte) en las que yo siempre funcionaba como una especie de muñequito de vudú o algo por el estilo. Todas esas agujitas... sosteniendo como chinches mis neuronas sobre una tabla de posiciones de corcho fueron formando constelaciones cada vez más raras; y acá estamos…
Ese día me metí en el placard de la pieza de cachivaches con las dos cajas de revistas, “para mayor seguridad”, pensó mi incipiente cerebrito de ñoña, que ya intuía la necesidad de apuntalar la ficción. Dejé apenas entornada la puerta como para que entrara algo de la luz moribunda de la tarde, único nexo con la realidad invernal de aquél pueblo que por ese entonces todavía conservaba su candidez presojera.
Lo primero que salió de la caja fue la revista Fierro, brutal. Ahí consumí más pornografía y ciencia ficción de la que mi cerebrito podría jamás asimilar (todavía estoy tratando de sacarme la resaca qu´lo parió). Conocí, sin saberlo, a Oscar Chichoni, el autor de aquellas portadas gloriosas de la revista en las que las mujeres se fusionaban en tremendo goce con las máquinas. Ahora pienso en cuánto contribuyó Chichoni a que años después me gustaran tanto David Cronenberg y J. G. Ballard. De la mano de Fierro y sus entregas distópicas recuerdo haber tenido mis primeras angustias existenciales… cuánta neurosis ayudó a cristalizar Fierro (pero eso merecería un episodio aparte). En el fondo de la caja (¡hamdulilah!) yacían tímidos algunos números de la revista El Péndulo. La lógica me dice que debían ser nuevos, aunque yo los recuerdo siempre extemporáneos y descoloridos (quizá porque envejecí con ellos), tal como uno los puede encontrar actualmente por doquier en cualquier librería de usados. Ese gran crítico que es Pablo Capanna (que fue “el crítico” no sólo de El Péndulo sino de la revista Minotauro) contó años más tarde en varias ocasiones que este fenómeno se lo debemos al optimismo de Ediciones de la Urraca, que había realizado tiradas extraordinarias de la publicación porque confiaba en que tuviera un éxito similar al de la revista Humor, su gran emprendimiento. Ilusos… (y menos mal que existieron esos ilusos).
Como toda empresa heroica que decide hacer caso omiso de la realidad, El Péndulo no podía sino fracasar en ese momento, en ese sentido al menos. Les cuento un poco las peripecias de la revista para que se entienda esta idea. El Péndulo. Entre la ficción y la realidad (así se llamaba al principio, en su primera época) surgió en formato revista en 1979 y sacó cuatro números que vinieron a desarrollar la propuesta que tímidamente había despuntado en un proyecto anterior que, pocos meses antes, había funcionado como experiencia piloto: el Suplemento de Humor y Ciencia Ficción. Se trataba de generar un espacio para la difusión de la ciencia ficción, tanto para la traducción de las nuevas y excéntricas manifestaciones del género a nivel mundial, como para las producciones vernáculas más extrañas e inclasificables, que mucho tenían para decirnos sobre lo humano y lo real en las postrimetrías de la dictadura que comenzó en Argentina a mediados de los 70. En ese contexto, se publicaron (gracias al espíritu visionario de Marcial Souto, su editor) los primeros relatos del por aquel entonces ignoto Mario Levrero (entre ellos su Manual de Parapsicología, bajo el sello de Los libros de El Péndulo), la maravillosa columna de Elvio Gandolfo, “Polvo de Estrellas”, cuentos de ese gran escritor y traductor que es Carlos Gardini, autor de ese maravilloso primer relato dedicado a la guerra de Malvinas (“Primera línea”), lo mejor de Angélica Gorodischer, los más lúcidos ensayos de Pablo Capanna en donde intentaba pensar las vertientes más imaginativamente libres del género ligadas a la patafísica, así como también ficciones y ensayos de escritores extranjeros nóveles, algunos de los cuales ya venían siendo traducidos por ese gran proyecto que fue la editorial Minotauro. 
Todo ese material singularísimo, que le dio además un lugar destacado en sus páginas a grandes dibujantes locales, vino a ensanchar el caudal de las arcas ya inmensas del capital cultural del Río de la Plata. Paradójicamente, esta revista que se proponía fundarse como un espacio de difusión y reflexión de la archicodificada institución de la ciencia ficción, terminó por volverse, como toda obra magistral, inclasificable, un cosmos límbico de difícil asimilación. De forma similar a como fue pensada la editorial Minotauro en los 60 por Paco Porrúa, El Péndulo tomó la forma de un híbrido tendiente a difundir una  manifestación cultural de masas que no logró captar la atención del círculo “culto” o “intelectual”, ni tampoco adecuarse al público que consumía regularmente productos como Humor o, posteriormente, Fierro. Tuvo, por supuesto, sus idas y vueltas, tres etapas de excelencia entre el 79 y el 87, dos antologías, una colección de volúmenes de autores locales y un sinnúmero de ideas brillantes que terminaron por publicarse en la revista Minotauro (segunda época), cuya tirada fue lamentablemente muy inferior a la de El Péndulo. De ésta nos quedó, sin embargo, no sólo el aura de su publicación de culto. Debemos agradecerle al entusiasmo militante de Ediciones de la Urraca, que confió en la consagración que paradójicamente tuvo la revista a nivel internacional, que en la actualidad pueda encontrarse el remanente de sus ejemplares en casi cualquier librería de usados. ¿No los vieron? Estoy segura de que ahora van a comenzar a estamparse contra las retinas fisgonas…
Les cuento una cosa. Ahora que salí del placard, hace muy poco, después de enroscarme neuróticamente durante años con todo esto, tuve una noticia que creo que va a hacer a más de uno ponerse a tono. Es cierto que la lógica del chisme suele reclamar el sigilo de la serpiente. Y en este caso, convendría tal vez atender a lo que dicen (más de una vez intuí que con acierto) aquellos que creen en las ciencias alternativas, eso de que cuando uno cuenta algo se le quita energía a las cosas que tienen que pasar y entones no suceden… Pero yo prefiero arriesgarme a abrir cajas de Pandora y clavar agujitas. Acá, queridos, potenciales lectores, van como dardos envenenados las mías: vuelve El Péndulo, comienza su cuarta etapa, si los hados lo permiten, muy pronto. Así me contó Oscar Chichoni hace muy poco (http://micerebroanimal.blogspot.com.ar/2014/06/entrevista-oscar-chichoni-con-primicia.html).
Ya está, sembrado el mal, pelada la gallina, listo el pollo. Si se pincha el proyecto, al menos espero que este comentario sirva para revisar la historia de nuestra extrañísima ciencia ficción argentina. ¿Podrá ahora salir de su cápsula criogénica y adquirir la significación que no supieron darle los años 80? Tengo todas las fichas puestas en eso.

Publicado en "El Cocodrilo. Revista de la Asociación de Graduados en Letras de Rosario (AGLeR)", Número 1, Año 1, Agosto 2014.

Número uno completo en: "El Cocodrilo. Revista de la Asociación de Graduados en Letras de Rosario"

lunes, 22 de septiembre de 2014

Columna sobre "El Cuentacuentos" del maestro Jim Henson, en "Lo que resta del día" (FM 103.3 Radio Universidad)


Ya está, me puedo morir tranquila, le dediqué una columna a Jim Henson...




El trailer...




Algunas imágenes de "El Cuentacuentos"

"Hans, mi pequeño erizo"
La muerte aprisionada...



 Por puro proselitismo hensoniano, les dejo además el trailer de "The Dark Crystal"




Enlaces: