...no busques compañía.

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domingo, 22 de diciembre de 2013

Sobre Nuevos secretos. Transformaciones del relato policial en América Latina 1990-2000, de Ezequiel De Rosso.


Incertidumbre en el policial

Nunca fui lectora de policial, poco sé del tema, y entre otras cosas Chandler me aburre mortalmente. Algo de eso le comenté a Ezequiel De Rosso cuando hablamos por primera vez personalmente. A él tampoco le gustaba gran parte de lo que yo leía, aunque me respetaba al menos por ser lectora de género (en mi caso: lectora de la ciencia ficción; aunque más bien de aquella vertiente que es demasiado soft para su gusto, por su participación en ocasiones muy laxa en el género).
Debo confesar que el encuentro con De Rosso, y mi iniciativa de escribir una reseña sobre un tema que nunca me había interesado, volvió a enfrentarme con toda una batería de interrogantes nunca despejados. No termino de comprender si es esa soledad casi ontológica que sufrimos los lectores de género que transitamos por la academia (como si la institución genérica fuese inconciliable o diferente de la de la “Literatura”) o algo aún más visceral, indecidible, que nos constituye; lo cierto es que cuando nos reconocemos por los pasillos de la institución se produce una especie de mágica camaradería, una transferencia cándida que nos reconforta. Y es que tal vez en todo gran lector de género éste sea indisociable del propio mito de origen; quizá ahí radique el porqué de la sensibilidad melancólica que tiñe la introducción de Nuevos secretos: para De Rosso, se trata de hablar precisamente del “fantasma de los géneros”, que no es otro más que el “fantasma de la verdad”, en el relato policial latinoamericano de fines del siglo XX.
Sobre este terreno en el que el policial no puede encontrarse sino “desquiciado” (según aquel segundo costado de la ley del género señalado ya hace tiempo por Derrida) se mueve De Rosso, pero haciéndose riguroso cargo de la olvidada dialéctica del problema. Allí donde según Derrida la ley y la contra ley del género se citan mutuamente a comparecer, es imperioso reflexionar además sobre las reconfiguraciones del andamiaje versátil pero insistente del policial, sobre la pervivencia del campo discursivo que delimita todo género según su ley más primigenia (aunque, como toda estructura normativa, ciertamente goce de menos glamour). En esa apuesta, señala Jorge Lafforgue en el prólogo, De Rosso avanza con maestría hacia la formulación de un “tercer umbral” del género.
En la construcción de los antecedentes, De Rosso marca con precisión dos umbrales previos en Latinoamérica cuyos rasgos permanecerán, luego del momento de su desarrollo, en el genotipo del género. De modo que pensar, por contrapartida, el fenotipo del policial latinoamericano de fines del siglo XX (el tercer umbral) requiere tener presente esa constelación: un primer umbral que comenzaría en la década del veinte con la apropiación que la vanguardia hace del género y que cerraría en los cuarenta, cuando figuras de consagración como Borges y Onetti estabilizan sus procedimientos, al tiempo que refuerzan la idea de que la “verdad” (concepto inherente al policial clásico que la vanguardia ya había desestabilizado) no sería más que una construcción textual; y un segundo umbral, en la década del setenta, momento en el que el policial se torna un “objeto respetado” y se prefigura como modelo textual de denuncia de la crisis política latinoamericana, de compromiso político y de representación realista. Posteriormente, en los años noventa, dice De Rosso, las rupturas que se llevaron a cabo en los setenta alcanzarían su ápice.  
Este desarrollo abre la puerta a la reflexión en torno a, por un lado, la preeminencia de la vertiente conspirativa en el policial latinoamericano de fines del siglo XX (fenómeno que perturba naturalmente la tríada clásica entre Estado-Investigador-Crimen) y, lo que me interesa en lo personal mucho más aún, la irrupción en el policial de un “universo probabilístico” que atenta peligrosamente contra el imperativo tradicional de resolución del enigma. La exploración de las posibilidades narrativas del enigma y la imposibilidad de su clausura son, en efecto, las dos constantes que se modulan para De Rosso en Las Islas de Carlos Gamerro, El disparo de argón de Juan Villoro y Los detectives salvajes de Roberto Bolaño.    
Lo interesante es que aquí Ezequiel De Rosso se encuentra, en el policial, con el mismo problema con el que me vengo topando a la hora de pensar las reconfiguraciones de cierta “ciencia ficción” o, más ampliamente aún, de aquellas narrativas que ficcionalizan, temática y formalmente, los discursos científicos (me refiero especialmente a la línea mística que en el siglo XX alcanza su plenitud con Philip K. Dick y J.G. Ballard y que, en estos pagos, se singulariza principalmente en las narrativas de Mario Levrero y Marcelo Cohen).
En este sentido, De Rosso nunca peca de inocente. En los dos primeros capítulos de Nuevos Secretos, en los que analiza, además de las características y dinámicas internas del policial, sus vinculaciones con otras manifestaciones como el naturalismo, el fantástico, la ciencia ficción (dicho sea de paso, gran parte de ese trabajo se realiza en notas al pie que son pandémicas, que no pueden sino impregnar la sinapsis de irremediables secuelas), se llama la atención sobre el hecho de que tanto el policial como la ciencia ficción compartirían una misma raíz: la racionalización, por medio de diferentes procedimientos, del “oscuro e inexplicable relato gótico”. De ahí la conjunción que se lee en el policial entre misterio, enigma y razón; y la ambigüedad de la ciencia ficción, que siempre hace un uso desviado de los paradigmas de la sagrada institución científica. 
            Ahora bien, dice De Rosso, es necesario precisar el carácter de la famosa “racionalidad” del policial (y en este punto nuestras hipótesis no pueden sino comenzar a coincidir). Incluso en el policial clásico, esa pieza fundamental que es el investigador, que siempre se encuentra en la frontera entre la legalidad del Estado y la ilegalidad del crimen, no se vale (como suele comúnmente creerse) del método científico, sino por el contrario, de su intuición. Su forma más clara tal vez sea el detective Dupin, de Edgar Allan Poe, que encarna el problema del genio intuitivo de la razón romántica. Siguiendo esta idea de De Rosso, creo en efecto que la reunión entre el policial y el modelo de razón romántica en Poe no sorprende, dado que ya en Eureka Poe afirma que la intuición es una convicción cuya fuerza irrevocable nace de procesos deductivos, inductivos y reflexivos, que no obstante fueron lo suficientemente secretos como para pasar inadvertidos por nuestra consciencia.
De alguna manera, este concepto de razón tiene al parecer una continuidad desatendida. El error radica precisamente en no visualizar que la intuición sería parte de la razón, aunque ciertamente no del método científico. Lo que sucede es que el imperio del modelo positivista ha realizado un borramiento radical de uno de los aspectos centrales del concepto original de razón moderna: para Montaigne y Bacon, la “incerteza” constituye un factor esencial de lo racional, concluye con acierto De Rosso. De modo que éste parece ser también un genotipo (uno de larga prosapia) que habilitaría el fenotipo del policial latinoamericano de fines del siglo XX, aquel en el que se exacerba la “incerteza” y la “imposibilidad de clausura” ante la proliferación simulacral; características que, de más está decir, también le deben mucho al genotipo borgeano.
Aún cuando los intereses no coincidan, parece que las propuestas de aquellos que hemos sido marcados por la lectura de géneros convergen. Allí donde De Rosso encuentra un “universo probabilístico”, “incierto”, en el “tercer umbral del género” (como bautiza Lafforgue a la propuesta de De Rosso), yo tropiezo en la vertiente mística de la “ciencia ficción” con el “principio de incertidumbre” de Heisenberg (sólo para evitar confusiones: no me estoy refiriendo al protagonista de Breaking Bad, sino al segundo físico teórico más importante del siglo XX después de Einstein).
La pregunta sobre por qué surge en este tipo particular de literatura, tradicionalmente relacionada con lo racional y lo científico, una estética de lo inefable y lo incierto me condujo a desandar (al igual que a De Rosso) los preconceptos básicos sobre la ciencia moderna; pero también a visualizar que los modelos actuales de la ciencia subatómica (la cuántica) contemplan a la incertidumbre como una variante integrada del conocimiento. El “principio de incertidumbre” o “incerteza” de Heisenberg, según el cual no es posible determinar de una forma exacta la velocidad y trayectoria de una partícula ya que ésta varía según sea o no observada, propone un modelo de explicación de la realidad (habilitante de lo problemático y lo polisémico) que interviene lógicamente en las formas de representación realista. Si la realidad es lo que determina el observador, es consecuente entonces que la literatura (reino cuya legalidad inapelable descansa en la autoridad del observador) recepcione e integre en su dinámica estos problemas, tan afines al desarrollo paralelo de sus propias lógicas internas. Parecería que el policial y la ciencia ficción, como buenos modelos de realismo, permeables y atentos, vienen haciéndose cargo de este giro epistemológico; aunque en líneas generales (más aun después de haber sumado las hipótesis de De Rosso) me pregunto si no hay algo de todo este meollo en gran parte de la literatura del siglo XX…
Nuevos secretos me trajo hasta acá. Y aunque el policial sigue sin gustarme, se hace evidente el valor autónomo de un buen ensayo crítico cuando abre la puerta a pensar más problemas de los que se propone. 

Publicado en BazarAmericano, noviembre - diciembre 2013, año XI.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Última columna del año dedicada a Don Antonio Porchia, el as del aforismo, para terminar de conjurar este fatídico 2013 (como siempre en "Lo que resta del día", FM 103.3 Radio Universidad)


Como es la última columna del año viene con galería y antología (y rima de paso...)



De izquierda a derecha (según manda la convención occidental y cristiana, y cierta desafortunada tendencia del devenir ideológico), Libero Badii, Antonio Porchia y Van Riel (1965)



 Edición especial de "Voces" con dibujos de Libero Badii, 1964


Escultura de bronce de Antonio Porchia; a su derecha escultura abstracta de Antonio Porchia (también por Libero Badii)

 


Selección de aforismos que obviamente no llegué a leer durante el programa, en tres series:


I.

La verdad tiene muy pocos amigos y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.

La confesión de uno humilla a todos.

No hables mal de tus males a nadie, que hay culpas de tus males en todos.

Han dejado de engañarte no de quererte. Y parece que han dejado de quererte.

Las cadenas que más nos encadenan son las que hemos roto.

Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.

No ves el río de llanto porque le falta una lágrima tuya.

El mundo perdona tus defectos, no tus virtudes.

Mi padre, al irse, regaló medio siglo a mi niñez.

Convénceme, pero sin convicciones. Las convicciones ya no me convencen más.

A veces lo que deseo y lo que no deseo se hacen tantas concesiones que llegan a parecerse.

Un hombre solo es mucho para un hombre solo.

Se aprende a no necesitar, necesitando.

Lo que sé lo soporto con lo que no sé.

Me dice que soy un ciego, lo que veo.

Cuando uno comprende que es hijo de sus creencias, pierde sus creencias.


II

Quien dice la verdad casi no dice nada.

Cuando digo lo que digo es porque me ha vencido lo que digo.

Una cosa, hasta no ser toda es ruido, y toda, es silencio.

Sí, ya he oído todo. Ahora sólo me falta callarme.

Iría al paraíso, pero con mi infierno; solo, no.

Toda persona anónima es perfecta.

Antes de recorrer mi camino yo era mi camino.

Quien se queda mucho consigo mismo se envilece.

El temor de separación es todo lo que nos une.

Cuando rompo algunas de las cadenas que me encadenan, siento que me disminuyo.

Si yo hubiese creído que lo otro era lo mismo, mi vida no habría tenido ninguna extensión.

Las distancias no hicieron nada. Todo está aquí.

Cerca de mí no hay más que lejanías.

El ir derecho acorta las distancias, y también la vida.

Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo.

Saber morir cuesta la vida.

Pueden en mí, más que todos los infinitos, mis tres o cuatro costumbres inocentes.

Quien conserva su cabeza de niño, conserva su cabeza.

Temer no humilla tanto como ser temido.


III.

Creo que son los males del alma, el alma. Porque el alma que se cura de sus males muere.

Una cosa sana no respira.

El hombre no va a ninguna parte. Todo viene al hombre, como el mañana.

Estoy tan poco en mí, que lo que hacen de mí, casi no me interesa.

Lo que hice o no hice creo que pasó. Y lo que haré o no haré creo que también pasó.

Lo antes que yo y lo después que yo casi se han unido, casi son uno solo, casi se han quedado sin yo.

Quien va de fuego en fuego, muere de frío.

Cuando me hiciste otro, te dejé comigo.

El amor, cuando cabe en una sola flor, es infinito.

Quien perdona todo ha debido perdonarse todo.

He llegado a un paso de todo. Y aquí me quedo, lejos de todo, un paso.

Todo lo que cambia, cuando cambia, deja detrás de sí un abismo.

Sin esa tonta vanidad que es el mostrarnos y que es de todos y de todo, no veríamos nada, no existiría nada.

Dirán que andas por un camino equivocado, si andas por tu camino.

La razón se pierde razonando.

Todos los soles se esfuerzan en encender tu llama y un microbio la extingue.

El dolor no nos sigue, camina delante.

Percibimos el vacío, llenándolo.

Sí, es necesario padecer, aún en vano, para no vivir en vano.

Cuando no se quiere lo imposible no se quiere.

El mal que no ha hecho, ¡cuánto mal ha hecho!

Abato mis absurdos, porque son absurdos y me quedo con ellos…abatidos.

Cuando me llaman “mío”, no soy nadie.

Quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hace un infierno.

Si se mira siempre una misma cosa, no es posible verla.

Cuando tengo algún momento de sensatez lo pierdo todo.

El viaje: un partir de mí, un infinito de distancias infinitas y un arribar a mí.

Cuando no sea más nada, ¿no seré más nada? ¡Cómo quisiera no ser más nada cuando no sea más nada!

Tenemos un mundo para cada uno, pero no tenemos un mundo para todos.


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martes, 22 de octubre de 2013

Sobre Fogwill (La buena nueva de los libros del caminante)


El arte de la contradicción

Quizá todo gran escritor exprese en su literatura una tensión entre elementos que no encuentra nunca reconciliación, diría Ricardo Piglia con la lucidez que lo caracteriza. Más específicamente, esta especie de dialéctica negativa es para Piglia la primera condición de posibilidad de la grandeza borgeana; cuyo ejemplo paradigmático, vale precisar, sería la construcción de los dos célebres linajes en “El Sur”. Tal afirmación no sólo suena convincente sino que tienta a la universalización. Repasemos: el positivismo teosófico de Holmberg, la derecha-izquierda ideológica de Lugones, el formalismo pulcro y comprometido de Walsh, el programa místico-político de Juanele… y así podríamos seguir enumerando oxímoron durante varias vidas.  
Como todo gran escritor, Fogwill ciertamente no está exento de ese fatum; aunque tal vez sea en La buena nueva de los libros del caminante donde mejor se vislumbra. Esta novela, publicada por primera vez en 1990, ficcionaliza los pormenores del universo autobiográfico del joven Fogwill a través de la narración de su alterego, José María Pérez Largo. Al igual que en toda buena novela, un conflicto subrepticio atraviesa el relato: en este caso, rememorar la decisión de salir a marchar por el mundo activa en el protagonista la pregunta por los complejos mecanismos que produjeron el viaje y, por ende, la construcción incisiva de la novela familiar. En la caracterización de aquella familia pequeño burguesa, conservadora y despolitizada, simple y recatada, se anuda entonces la fundación del mito de origen, que en Fogwill es siempre relato certero de las imbricaciones que conforman la neurosis personal. 
Esa es, sin más, la gran peripecia, que poco tiene que ver con la narración de experiencias exóticas que se esperaría de un relato de viaje. La buena nueva es más bien el relato de las “iluminaciones” que, extrañando la cotidianeidad trivial, permiten acceder a algún tipo de conocimiento sobre la identidad: “Siento próximo el día de evaluar la importancia que tuvo para mi formación en el arte de caminar –que me permitió llevar a cabo con éxito mis marchas por el mundo– aquella enseñanza que me impartiera mi familia en el arte de conducir. Un saber, que hubiese sido para cualquiera una carta blanca para olvidar la marcha, fue para mí en cambio un estímulo y una luz que me mostró el camino que por tanto aprendizaje me estaban tratando de cerrar. ¿Si tantos medios me ofrecen, no están reclamando que les entregue algo a cambio?, se preguntaba el pobre ratón. ¿Y no era eso la exigencia de entregar la totalidad de mis facultades de marcha?” 
Pero la identidad, dice el narrador protagonista, se conforma por la “no identidad”; se encuentra en los intersticios fluctuantes de lo que muda. Ese descubrimiento es precisamente lo que lo impulsa a estudiar filosofía, primero; y luego, a marchar por el mundo. La identidad es siempre movimiento contradictorio, muestra Fogwill en esta novela, y el desplazamiento físico viene a reafirmar su esencia. Por eso el protagonista que se autodefine como “un ratón”, cifra del espíritu pragmático y pacato de su clase, decide contra todo mandato familiar y social salir a recorrer el mundo.
El viaje que narra Fogwill pone en primer plano esa contradicción en el seno de la identidad: es al mismo tiempo la narración de los cálculos del pobre “ratón” (desde el inventario detallado de todos los regalos recibidos y recursos acumulados, hasta sus más bajas especulaciones y estrategias de supervivencia) y la elaboración de una compleja cosmovisión que surge del esfuerzo de poner en práctica una ética del desapego (muy cercana a la filosofía Zen) según la cual el sujeto sólo encontraría su esencia en el devenir despojado de la marcha. Es a partir de este aprendizaje sobre el desapego que el protagonista detecta las grandes “falacias” de su cultura en relación a los supuestos beneficios de la acumulación; aunque él mismo se muestra preocupado por acopiar celosamente cada vez que tiene oportunidad.   
De alguna manera, este procedimiento no resulta sorpresivo. Las propias autofiguraciones del autor ya nos han entrenado en el arte de la contradicción y la doble moral. Fogwill sabe mejor que nadie articular en sus entrevistas denuncias escandalizadas, comentarios sobre sus filiaciones ambiguas con el marxismo y declaraciones en las que, como buen trabajador de la publicidad, se encuentra siempre atento al mercado y (tal como si fuese un personaje de Los Pichiciegos) al imperativo de supervivencia individual: “Yo laburé muchos años para Dupont, que se instaló en Argentina aparentemente como fábrica de nylon pero en realidad lo que instalaron en Ezpeleta era una fábrica de explosivos. Laburé para la Esso, que no fabricaba explosivo pero hizo caer 80 gobiernos en el mundo. Laburé para Nobleza, que debe ser responsable de por lo menos el 20% de las 45 mil muertes de cáncer de pulmón por año: matan a 9 mil personas. Después de eso, puedo laburar para cualquiera. Laburo para el que me paga.” 
La dimensión ética, siempre fuerte en el discurso de Fowgill, tanto en sus relatos como en sus intervenciones (¿acaso habrá demasiada diferencia entre ambos?), atiende ante todo a un imperativo del decir sin licencias. Pareciera que Fogwill, con su ironía lacerante, llega hasta la médula y lo dice todo; pero en ese “todo” se incluye un develamiento profundo de sí mismo, de las propias contradicciones y miserias que lo hacen humano. Tamaña empresa creo que sin duda le concede un lugar privilegiado dentro de esta tradición literaria que apunta con maestría Piglia.

Publicado en el suplemento cultural "Señales" del diario La Capital (20-10-13)

domingo, 20 de octubre de 2013

Columna sobre el maestro Jonathan Swift en "Lo que resta del día" (FM 103.3 Radio Universidad)

Un día de dudosa sinapsis salió esto...




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Sincericidio (en el día de las madres)

Anoche me escurrí en una casa enorme
la casa de la familia de mi ex novio
y me quedé ahí escondida
para que no me vieran.
pensé que tal vez podía
ahí
refugiarme
pero me vio Isabel.
yo estaba muerta de vergüenza
recién salía de bañarme
tenía el pelo mojado
y estaba semidesnuda
apenas tapada por una toalla
y le expliqué
lo inexplicable
con una vergüenza enorme
y ella me dijo que estaba bien
que me quedara
fue amable
fue sincera
pero después me apagó la estufa
y me ofreció harapos
para abrigarme
yo le expliqué que tenía ropa
que eso no me faltaba
sino otra cosa
que ya no iba a encontrar nunca
La situación era confusa
pero estábamos tranquilas
entonces apareció mi familia
y le usurpó su casa
para festejar ahí
el cumpleaños de mis primitas
y era como una gran función circense
que nadie salvo ellos
disfrutaba
y yo no sabía
cómo hacer para que se fueran
Creo que es eso
lo que siempre falla
cada vez que están por adoptarme

miércoles, 16 de octubre de 2013

La fobia como una de las bellas artes

Ayer tipo 6 me llamaron del laboratorio
“ya está lo suyo Doña”, me dijeron
“se está por romper la bolsa de hule,
así que apure el trámite”
Corté
y me quedé muda
“te dije androide que esto
era un viaje de ida, ¿y ahora quÉ hacemos?”
pensé en decirle a mi marido
pero no se lo dije. después
pensé en armar
un bolso e irme
rápido
“con él va a estar mejor, seguro”
y caminaba por la cocina
mientras la tortuga me seguía
y yo la esquivaba
para que no me mordiera los talones
(no quería que cambiara de color, de nuevo)
Me masajeaba el pecho
para que dejara de girar
el vórtice
que se activa
cuando me agarra angustia
y mientras tanto pensaba
“Bueno, son concesiones, ya lo sabías,
en el fondo es miedo, en el fondo es miedo,
en el fondo es miedo (respiráaaaa, respiráaaaa, respiráaaa)
te dejó tenerlo en el laboratorio,
Qué Más Querés, Accediste, Ya Está: Lo Tenés Que Ir a Buscar. Punto”
Y llega Él con su sonrisa endorfínica
Esa,
Sí,
La misma
que esgrime para generar endorfinas
y optimizar el desempeño de sus circuitos
Llega tarareando rítmicamente
porque esa mañana ostenta
una dosis de felicidad extra
(ayer compré Nutela)
Me pasa por al lado
y manotea mi culo
con firmeza
entonces seguramente percibe
el temblor sutil
que me recorre la epidermis
y claro: es un androide
Yo por dentro muto de nervios
rojo, azul, verde, fucsia, amarillo, rojo, azul, verde
verde, verde, verde, verde, verde, verde, verde, Verde
y arqueo Ya Tan hacia abajo la boca
y las cejas
que comienzan
a dolerme
y siento
que si fuera un gato
tendría
de tristeza
los bigotes
por el suelo
Él me mira y se sonríe
mostrándome sus dientes de roedor simpático
“Ya lo fui a buscar Mona cagona, está en el garaje,
adentro de la caja de la impresora, tapado con una mantita.
Y quedate tranquila, me fijé en la máquina y está todo bien:
infancia, pre-adolescencia, adolescencia…eso sí, llegué hasta ahí, no quise ser invasivo.
Me planté cuando vi que trataba de formar una comunidad anarquista.
Que conste las cosas que hago por vos Mona loca,
ya sabés que yo no soy ansioso.”
Se largó puntual la lluvia radioactiva 
así que abrí el paraguas robot
que nos regaló para navidad
el Tatita
y salimos abrazados
hacia el garaje
tratando de sortear
los primeros charquitos
que se iban
formando    

La fobia como una de las bellas artes

Anoche mientras dormíamos
hablé en secreto con mi amor
de veintitrés años.
me confesó
que no se llevaba bien
con la juventud eterna
que se quería morir
de acá a un tiempo
“y yo acá detenida…”
acurrucada contra su pecho
como un bichito asustado…
y él estoico
al compás del tiempo
tejiendo su discurso
en mis sueños
me enfrenta
con lo imposible 

La fobia como una de las bellas artes

Ya es fines de enero
y mi árbol de navidad sigue sobre el mueble
que hizo Guille
y que dejó antes de irse
el papá Noel de felpa
también está todavía
colgado de la pata del bicho alienígena
que me regaló Agu
que a su vez está colgado
del gancho que dejó la inquilina anterior
la perra esa que me quiso cagar con plata
Agu me lo regaló porque le daba cosa
que tuviera el living tan pelado
y era cierto
como que era muy llamativo
elocuente digamos
y es que,
claro,
yo veo pasar las cosas
o quedarse y hacer caos
a sus anchas
me gusta observar los paisajes
surrealistas
los brotes entrópicos
las montañas de hojas
como sinfonías
Trato de no intervenir
de no comprometerme
demasiado con el asunto
llamémoslo:


“La fobia como una de las bellas artes”

domingo, 13 de octubre de 2013

Columna primaveral sobre Oliverio Girondo en "Lo que resta del día" (FM 103.3 Radio Universidad)


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Sincericidios

Eran chiquitos,
mis tres hermanos
y yo estaba en una casa
sola con ellos
el más chiquito
era el que estaba más chiquito
tenía como 5 años
y me pedía 50 centavos
para ir al kiosko
(o lo que es lo mismo a esa edad)
para ver la vida
color de rosa
Pero yo no tenía
sino mucho más
y eso le daba:
todo lo que tenía

Sincericidios

Mi hermano está
al lado mío escuchando música
por eso escribo después de años
su iniciativa lo trajo
y comimos
Es raro
mi hermano no se
caracteriza por
la iniciativa. supongo
que la dosifica
celosamente
para utilizarla
sólo
cuando entiende que algo debe
modificarse.
cuando sucede
es radical
por lo menos para
mí.
entonces acá estamos
ha detonado algo
decididamente,
como aquella vez
que me salvo.
nunca le pregunté al respecto

que es mejor dejar
toda esa charla en el
silencio
Ahora es música.
Él mira el piso
retuerce el celofán de mis cigarrillos
y yo escribo
con su permiso implícito
No pregunta,
escucha el sonido
de las teclas
que me delata
Mi hermano me guardó un cerebro de merluza
y es que
había que reemplazar el mío
que ya no servía, me había ahogado
así me salvó mi hermano.
mañana trabaja temprano
se desprendió de la música para irse
y la dejó flotando
sé que no voy a seguir escribiendo,
no
con la misma fluidez
Yo nadaba detrás de un compañero de la secundaria
y me hundí en el agua verde
Me salvo
un pez dorado
que me llevó hacia la costa
con una ternura enorme. Era mi hermano.
“Yo lo guardé”
(abrió una caja y me mostró el pequeño tesoro)
“y lo voy a obligar a papá
a que haga el transplante
…el tuyo ya no sirve…”
Todavía tengo nítida su cara desfigurada por el sol
y toda la escena:
él y yo en la costa
como un naufrago y una sirenita
Todavía tengo intacta
la gratitud

viernes, 11 de octubre de 2013

Columna sobre Osvaldo Lamborghini en "Lo que resta del día" (FM 103.3 Radio Universidad)


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Sobre Rudy Kousbroek

El método de la melancolía

J. G. Ballard, considerado uno de los más grandes escritores británicos del siglo XX, cuenta en su autobiografía que hacia 1941 la ocupación japonesa de Shanghái cuando era sólo un niño le reveló la insustancialidad sobre la cual reposa toda realidad. De alguna manera, su permanencia en los campos de concentración (historia que narra en El Imperio del Sol) antes de su irrevocable exilio en Gran Bretaña, de donde eran oriundos sus padres, disolvió de una vez y para siempre ese barniz que para él emboza la vacuidad que está detrás de lo que la mirada cotidiana percibe como real. Esa visión coagularía más tarde en la atmósfera hondamente lírica, en esa entropía melancólica que compone sus textos de ciencia ficción; género para el que Ballard significó tanto una renovación como una superación definitiva.
A la misma generación que Ballard pertenece el escritor Rudy Kousbroek (1929-2010), quien comparte además con aquél el destino de haber sido víctima de la ocupación japonesa cuando su residencia natal, la Isla de Sumatra, perteneciente por entonces al territorio colonial de las Indias Orientales Neerlandesas, fue invadida. Al parecer, esta experiencia impulsaría luego la escritura de El síndrome del campo de concentración de las Indias Orientales (1992), considerada la obra cumbre de este reconocido ensayista holandés.
La narración de la experiencia es asimismo la obsesión detrás de la construcción de los excéntricos ensayos incluidos en esta antología publicada por Adriana Hidalgo, en la que Kousbroek es traducido por primera vez al español. Exponentes de su obra tardía, los cuarenta textos aquí compilados cultivan un formato que el mismo autor llamó “fotosíntesis”, subgénero ensayístico que integra fotos en blanco y negro y escritos breves. Tal como si primara una necesidad de sutura, este formato parece responder a un intento forzoso del sujeto por amalgamar ese desfasaje, hijo del tiempo, que el exilio (agravado aquí por la definitiva desaparición de la colonia holandesa, ahora Indonesia) deja aún más en evidencia.
En tanto el pasado es siempre inasible, la fotosíntesis (en la que la foto es el elemento “seco” al tiempo que la escritura intenta restituir el devenir de lo efímero) encarna en sí la operación de la melancolía: “la emoción está disponible, pronta a adherirse a un objeto, basta que sea inalcanzable. Si el objeto original no está disponible, otra cosa puede ocupar su lugar (…) La nostalgia se presenta entonces casi como una estructura vacía que uno puede rellenar a su antojo, y a veces parece que no importa demasiado con qué.” Como todo deseo, siempre sin objeto, la escritura se mueve aquí por el anhelo del viaje en el tiempo, sólo posible en la ciencia ficción. Por eso, habitar ese “más allá” sin tiempo es para Kousbroek la prerrogativa más envidiable del animal.
La reconocida imposibilidad de conciliar esa tríada inestable que conforma el sujeto que escribe, aquél de la experiencia originaria y el recuerdo es un problema que aparece reflejado en la cuidada selección de las fotos. La reflexión ensayística en la que la experiencia del pasado del autor busca inscribirse como escritura se inicia siempre con el análisis de imágenes de diferentes momentos históricos, cuya extrañeza por momentos radical las hace “fotos imposibles”: una campana gigante cubierta por vegetación en unas ruinas de India, un banco solitario y estropeado en la cima de una montaña, un mingitorio en la vía pública de París, la repetición de mobiliarios que, llevada al absurdo, expone con claridad prístina la mecánica alienante de la serialización moderna. Son imágenes extrañadas por medio de las cuales el autor ensaya un ejercicio de significación de sus recuerdos de infancia en Sumatra y de juventud en París.
Es, en efecto, la duda sobre el estatuto siempre incierto de toda realidad lo que parece detonar la exploración de las posibilidades siniestras de las imágenes. La idea de Kousbroek de que toda realidad no puede ser sino “provisional”, hasta tanto la repetición ominosa de algunos factores no ratifique su “esencia”, es precisamente lo que conduce a una percepción de la irrealidad de lo real. En este contexto, la exposición de la artificialidad y la ruina funcionan (al igual que en Ballard) como imágenes que construyen atmósferas oníricas, surrealistas, naturalmente desestabilizantes de todo sentido.
Como en una película de Fritz Lang o en una novela de Julio Verne, compara con insistencia Kousbroek, apreciar a través de una foto antigua lo colosal de la técnica moderna en sus inicios, cuando nuestra visión no era aún presa de la automatización, supone volver a ver al desnudo la artificialidad en ocasiones precaria del universo diario. En aquellos momentos en los que el Zeppelin se incendia majestuosamente en el firmamento o el barco más lujoso del mundo se muestra hundiéndose en el cauce del río Hudson, el universo de Kousbroek raya bien de cerca el territorio de la ciencia ficción; hecho nada casual, si se tiene en cuenta que la degradación entrópica propia de sus ficciones hace que en ellas esté siempre presente el deleite amargo de la melancolía.

Publicado en el suplemento cultural "Señales" del diario La Capital (01-09-13)

Campo de Santana

Caminábamos con Seba
por Rio
un jueves feriado
muy gris,
un silencio 
estructural lo recorría
como hoy 
a Rosario.
Salimos del Centro Cultural
del Banco Rio do Sul
Habíamos visto una obra
finísima
de teatro de objetos
“El gabinete del Dr. Caligari”
hecha por una compañía,
creo que de ingleses
Ahora teníamos que hacer tiempo:
decidimos ir a Lapa 
y por supuesto nos perdimos.
Caminamos por el casco 
del centro desolado
de Rio
y por momentos estaba todo tan 
vacío
y tan silencioso
que parecía el escenario diurno
de una película de zombies
en ese momento de latencia
que antecede 
al infierno de la noche
Caminábamos los dos
atentos a las caras 
que cada tanto aparecían
por las calles perpendiculares
a esa avenida de puro cemento y smog
Y sin embargo,
por lo menos durante el camino 
de ida,
teníamos la tranquilidad
del que no elige
el camino que recorre
Pasamos varias
de las cuadras larguísimas  
de la feria de Uruguaiana
y doblamos a la izquierda
en un parque cercado
que tenía 
una manzana
pero de las dimensiones
de esas cuadras 
interminables
La vereda nos alojó paralizados
cuando
nos impactó
pastando
un roedor sin cola
y tratando
de cuadrar nuestros sentidos
en la imagen
nos acercamos
muy despacio
sólo para ver el animal
replicado
a lo largo de 
todo el campo 
Y entramos.
Era un parque abandonado
en el medio más grasa y 
pobre
de Rio Sur,
un coloso deforme
que imaginé
cuerpo a cuerpo
en combate
con aquel Adonis carioca,
el Parque Lage en Flamengo
Ese día gris azufre
en el que el silencio
redondo
y perfecto del feriado
detenía el tiempo
dejaba en primer plano
esa belleza triste 
y sublime 
de la creación abandonada 
dejaba ver los hilos
tensos
de ese engendro gótico
ensamble disonante de roedores
gatos y pavos
Soberanos del Campo de Santana
que jugaban a sus anchas
alrededor del pantano neurálgico 
o entre los árboles monumentales
pacientes
de la nada
Y todo 
tenía un desteñido
melancólico
que matizaba aquella 
atmósfera
de cinta de cassette estirada

Con Seba paseábamos
Éramos ese día unos ojos
antropólogos,
únicos testigos
de aquél paisaje extraño
de animales
e indigentes
soñando lejos
en los bancos verdes,
descascarados.
En el medio del recorrido
había un asiento
el más estropeado
Y en su cima
un pavo real
azul
muy frío
miraba indiferente 
a la plebe que 
merodeaba,
esa fauna 
hija del reverso profundo de Rio

Después nos fuimos 
porque el parque cerraba
y ahí el tiempo impuso su ritmo
Estaba por hacerse de noche
y teníamos por delante
unas cuantas cuadras
desiertas
hasta el Centro Cultural
Las hicimos apurados
y, al menos yo,
bastante asustada
Al otro día le pedí a Seba que volviéramos:
quería sacar fotos del Parque,
tratar de capturar algo
de esa atmósfera
Pero era día laboral y la gente transitaba
por toda la zona,
los animales se movían a discreción…
Rio era de nuevo
el monstruo metropolitano
erigiéndose exultante con el sol
“Vamos Seba, ya fue”, le dije

Esa noche en
Botafogo
mientras me fumaba un cigarrillo
en el balcón de Denise
agradecí secretamente 
a Rio
por habernos mostrado
aquél feriado

el lado B del Paraíso

Columna sobre Carlos Gardini en "Lo que resta del día" (FM 103.3 Radio Universidad)


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FM 103.3 - Radio Universidad

Dick recargado

Esta es la versión un tanto agiornada (a veces uno no puede con uno) de un texto, muy querido, escrito allá por 2007 y publicado dos años más tarde en El Sueño Americano. La literatura en EEUU desde la segunda posguerra (Elena Tardonato Faliere comp., Rosario, Serapis). Todavía sostengo algunas de las cosas que decía esa chica arrebatada...   



Sobre el Juego y la Guerra en Philip K. Dick. Reflexiones preliminares de una saga crítica

Si existe una particularidad que resulta ineludible incluso en una primera lectura de Philip Dick es que éste desarrolla un abanico estable de temáticas, las cuales son planteadas desde diferentes ángulos a lo largo de los diversos períodos de su narrativa pero nunca abandonadas. Es por esto que, pese a que parece pertinente la división que comúnmente realiza cierta crítica de su obra, en etapa política, etapa metafísica y etapa mesiánica,[1] existen algunos temas que atraviesan toda su obra, o mejor dicho, temas que son modulados desde una visión política, desde una cosmovisión metafísica o desde un discurso mesiánico. Esto ocurre porque para Dick la ciencia ficción es un medio de deconstrucción de todos los aspectos que involucra la “realidad”.[2] El género es concebido así, como un instrumento mediante el cual el escritor, como un “activista introvertido”,[3] reflexiona acerca de la esencia del hombre e ilumina la “realidad”. 
No resulta entonces extraño que a la hora de abordar la vinculación entre el juego y la guerra, nos encontremos con diversas manifestaciones de esta relación a lo largo de su obra. De modo que en este texto (si bien se encuentra circunscrito a una etapa determinada) despunta la apertura de una saga crítica, cuyas posibilidades se perciben con esa tangencialidad fantasmática que proyectan las múltiples coordenadas futuras hacia su origen. Para inaugurar esta primera instancia de lectura seleccioné dos cuentos tempranos: “War Veteran” y “War Game”, de 1955 y 1959 respectivamente, los cuales conectan la problemática del juego y la guerra con una interrogación acerca del funcionamiento del organismo social.
“War Veteran” narra el conflicto entre la Tierra y sus colonias: Marte y Venus. El relato, despojado de toda referencia temporal, expone los entretelones de los procesos de independización de las colonias y los artilugios desplegados, por una y otra parte, para lograr su respectivo cometido: la independencia o la permanencia del sometimiento. Pero la guerra como enfrentamiento directo y sangriento está ausente, es un fantasma, una amenaza de futura destrucción. Estamos aquí ante una guerra que ha sido “enfriada” por la diplomacia y los juegos agonales propios del Estado contemporáneo, ante una “guerra fría” en donde los juegos representativos de la guerra (y no la guerra misma) determinan las jerarquías, los lugares de quien gana y de quien pierde.[4]
Las relaciones de dominación propias de este Estado, tal como las describe Foucault (pensando, claro está, en Hobbes), se encuentran sustentadas mediante representaciones de la guerra primitiva de hombre contra hombre, forma operativa que el Estado ha apropiado y transformado en una lógica a partir de la cual se establecen las jerarquías. Este estado de guerra, el cual se extiende como una tramitación simbólica de lo bélico propiamente dicho, será la base de las instituciones políticas, siendo la política “(una) guerra continuada con otros medios” y estos medios los juegos de representación de la guerra misma.[5]
Debido a que se presenta como un mecanismo creador de orden, la actividad lúdica queda íntimamente ligada a los conflictos bélicos y jurídicos. Al disolver la tensión de lo incierto y lo equivalente, el juego, al igual que la guerra, determina mediante sus reglas la superioridad de una fuerza por sobre otras, estableciendo escalas valorativas. No obstante, la dinámica del juego perderá su carácter circunstancial y autónomo, limitado en tiempo y espacio, al ser captada por las esferas más complejas de la cultura. La actividad lúdica cederá de este modo su esencia jocosa y libre para transformarse en el requisito obligado que hace marchar la maquinaria social. El juego se convierte en cosa seria y lo serio de la sociedad en juego.[6]
En “War Veteran”, los ataques que los agentes de Color- Ad,[7] nativos de Marte y de Venus, dirigen a los terrícolas adoptarán la dinámica y las y reglas propias de la esfera lúdica: la simulación, el disfraz, el encubrimiento. Responden a esta misma lógica las figuras de los venusianos y de los marcianos cuando, al llegar a la Tierra, son convertidos automáticamente en agentes infiltrados de Color-Ad; la figura del androide, el gran juguete encubierto que ha sido plantado en la escena terrestre, también respetará, de igual modo, la dinámica del juego. Esta particularidad se percibe perfectamente en el campo léxico del cuento: “LeMarr's voice trailed off. Like an unwound toy he sagged against the seat, slid silently down, and lay quietly with his head against the steering wheel.” 
Pero lo lúdico funciona además en “War Veteran” como una forma de recreación de la guerra que implica cierto resguardo de la paz:


We forged the i.d. papers, built up a whole false personality, history of a non-existent war, everything […] to scare Gannet into calling off the dogs. To terrify him into letting Venus and Mars become independent. To keep him from fanning up a war to preserve his economic strangle-hold […] (but) We were never in this war game. All we want is our freedom and independence. (“War Veteran”)


El juego de dominación y representación de la guerra primitiva, diría Foucault, se encuentra en las bases del Estado. Tras toda ley, norma o convivencia pacífica se halla una necesaria medición de fuerzas y el fantasma de la guerra cruenta. La guerra misma que aseguraría las jerarquías puede ser dejada en suspenso gracias a los juegos de representación de lo bélico (un mal menor, si se quiere, que resguarda cierta convivencia pacífica en el contexto de sometimiento). Pero en esta instancia, nos ilumina Johan Huizinga, la lógica del juego desborda sus propios límites y termina por absorber a los jugadores, los cuales ya no se percatan del carácter simulado de la contienda y pierden la noción del actuar como si que es propio de todo juego. Lo lúdico ya no puede ser entonces suspendido o finalizado (como si se tratase de un partido de fútbol), ya que en su continuidad se encuentra el sustento de la comunidad misma.
Dick ilumina todos los matices y contrastes de esta dinámica. Las voces de aquellos que se involucran en el juego siempre exponen la tensión entre la ineludible participación en los mecanismos que sostienen el funcionamiento del Estado y el imperativo de resistencia. Conviene advertir que este juego de simulaciones desbocado, que no deja márgenes, instaura además una gran incertidumbre acerca de la autenticidad de los hechos mismos. Este aspecto de la obra de Dick puede ser considerado como uno de los primeros puntos de reflexión acerca de lo “real”, temática que se irá modulando (y creciendo) a lo largo de toda su obra. 
El contexto de “War Game” es, por su parte, mucho menos vertiginoso y más descriptivo. Este cuento relata el proceso de censura- aprobación de una serie de juguetes que han sido fabricados en Ganímedes y que ingresan para ser comercializados en la Tierra. Tal como aparecen en el relato, los juguetes representan funciones sociales canónicas (soldado, cow-boy o granjero y administrador e inversionista); construyen, en otras palabras, un microcosmos adulto que reproduce instituciones humanas a escala.[8] Esta miniaturización nos permite de alguna manera observar la historicidad captada en el objeto, ya que el juguete nos acerca la estructura social extrayéndola de su distancia diacrónica o de su cercanía sincrónica, posibilitándonos una visión panorámica de la situación.[9]    
El proceso de descripción del funcionamiento de los juguetes habilita, además, ubicarnos como lectores en un lugar completamente distinto si consideramos el cuento anterior. Si en “War Veteran” la narración acelerada e intrincada de los conflictos y simulaciones nos lanzaba al campo de batalla, generaba el efecto de alcanzar una perspectiva casi presencial de los hechos; en “War Game”, por el contrario, la observación pausada de la dinámica de los juguetes nos permite obtener una mirada sincrónica pero totalizante, distanciada, del fenómeno.
El primer juguete testeado en este segundo relato es un juego de guerra en el cual doce soldados deben atacar una ciudadela. Ésta, según presenta uno de los personajes al principio del texto, “symbolizes the external reality (and) the dozen soldiers, of course, represent to the child his own efforts to cope […] the child undergoes a sense of adequacy in dealing with the harsh world” (“War Game”). Pero el juego, sin embargo, actúa de manera inversa a lo previsto y los soldados no llevan a cabo un ataque sino que ingresan secuencialmente uno por uno a la ciudadela, son absorbidos por ella. El inquietante ciclo mecánico de la ciudadela y los soldados constituye sin duda el elemento de mayor tensión a lo largo del texto, tensión que recién será resuelta hacia el desenlace. El funcionamiento de este juguete nos remite, asimismo, a otra idea de fuerte presencia en la obra de Dick: la concepción de un movimiento cíclico en el devenir humano, el acaecer decadente de las sociedades humanas marcadas por la guerra.
El devenir decadente (que en “War Veteran”, por su parte, se encuentra firmemente asociado a la sucesión de las razas a través de la historia) en “War Game” se expondrá miniaturizado en los procesos mecánicos de los juguetes.[10] Los acelerados ciclos de la ciudadela implantarán, asimismo, la duda en los personajes sobre si el juguete es un artefacto explosivo que, tras la absorción sucesiva de soldados, culminará por estallar. En este punto de la narración, se hace evidente que estamos ante la prefiguración (la exposición miniaturizada, en este caso) de un tópico que también recorrerá asiduamente la narrativa de Dick: la degradación y la destrucción entrópica presente en el universo cotidiano y acentuada por la necesidad ciega que produce la guerra.
Casi a punto de finalizar el juego, la ciudadela emite un mensaje psíquico a uno de los personajes:


Congratulations. By your fortitude, you have been successful […] The odds against you were tremendous […] Anyone else would have failed […] What you have done here […] can continue to do all your life. You can always triumph over adversaries. By patience and persistence, you can win out. […] So even though you're the only one, an individual against many, you have nothing to fear. (War Game)

                  
En esta instancia, el juguete plantea sin duda una doble lectura. Por un lado posee un claro mensaje bélico, ya que implica la necesidad colectiva de sustentar dicha lógica como modo de supervivencia, pero al mismo tiempo posee (como en el texto anterior) un inquietante mensaje individual que puede interpretarse como un estímulo para la construcción de una resistencia subjetiva. Al igual que en «War Veteran», donde los marcianos y venusianos entablan la lucha desde el interior de la estructura social, empleando las reglas del juego social, en «War Game» los soldados no combaten desde afuera a la ciudadela sino que se integran a ésta.
La percepción difusa de una posible segunda finalidad hace que el artefacto sea rechazado por los censores para su comercialización en el planeta Tierra: “«Maybe it's a diversion,» Wiseman said. «To keep our minds involved. So we won't notice something else.» That was his intuition, but he couldn't pin it down. «A red herring,» he said” (“War Game”).
En efecto, existe algo en el ciclo del juego que, percibido gracias a la miniaturización del objeto, es demasiado inquietante. Este es un «divertimento», un «anzuelo», creado a imagen y semejanza del mundo, el cual para Dick no es más que un despliegue de simulacros ideado para encubrir algo que está y estará siempre oculto. El juego de la ciudadela y los soldados ciertamente distrae, desorienta e invita a creer que existe un propósito en el movimiento mismo, en el juego cíclico de la guerra. 
Finalmente, de la totalidad de los juguetes supervisados, sólo Syndrome, que parece ser una simple réplica de Monopolio, es aceptado. Sin embargo, al ver jugar a sus hijos, uno de los censores se percata de que el ganador del juego es aquel que pierde todos sus bienes al final de la partida. Syndrome finalmente se filtra como un síntoma y muestra que en este juego no hay «ganancia», que no se gana, sino que sólo se pierde energía. La dinámica bélica, aun cuando se matiza en las formas más lúdicas, no hace sino alimentar la entropía.
A lo largo de la obra dickiana algo parece imponerse a la percepción con intensidad creciente; y ese algo es sin duda del orden de lo degenerativo, con todas las connotaciones patológicas del término. Hay un evidente redireccionamiento en el tratamiento de la relación juego- guerra desde el primer cuento analizado de 1955 hasta este último de 1959. El juego de representación de lo bélico que se concibe primero como una farsa, un artilugio grotesco creado para sustentar la maquinaria social, se transmuta luego en un ente destructor sin propósito, una fuerza entrópica que avanza en la obra de Dick hundiendo cada vez más profundamente al mundo físico de sus relatos, denigrando a sus objetos y sujetos, desde la decadencia a la total desintegración. Dick irá avanzando cada vez más en este sentido, y en ese tránsito se volverá exponencialmente más difícil, cada vez, encubrir la degradación con juegos y simulacros.



[1] Para comprender mejor este punto recomiendo leer el texto de Pablo Capanna Idios Kosmos. Claves para Philip K. Dick. Buenos Aires, Cántaro, 1992.
[2] DICK, Philip K.– “Philip K. Dick on Philosophy: A Brief Interview. Conduced by Frank C. Bertrand (1980- 1988)”, en SUTIN, Lawrence (Ed.). Shifting Realities of Philip K. Dick. Selected Literary and Philosophical Writings by Philip K. Dick. New York, Pantheon, 1995.
[3] DICK, Philip K.– “Who is a SF writer? (1974) “, en SUTIN, L. (Ed.). Shifting Realities….
[4] Conviene no pasar por alto la dinámica oscuramente lúdica que caracterizó a la Guerra Fría, fenómeno que resuena con claridad en la obra dickiana, principalmente en aquellos relatos pertenecientes a su narrativa temprana.  
[5] Cfr. FOUCAULT, Michel.– Genealogía del racismo. Buenos Aires, Altamira, 1996, p. 45.
[6] Cfr. HUIZINGA, Johan.– Homo Ludens. Buenos Aires, Emecé, 1968.
[7] Procolor, denominación que haría referencia al tinte cutáneo de los extraterrestres.
[8] Roland Barthes entenderá que la función central de los juguetes es la recreación miniaturizada de las instituciones humanas, privilegiándose así educación para la reproducción de estructuras. BARTHES, Roland.– “Juguetes”, en Mitologías.  Madrid, Siglo XXI, 1999.
[9] AGAMBEN, Giorgio.– “El país de los juguetes”, en  Infancia e Historia. Ensayos sobre la destrucción de la experiencia. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2001.
[10] “«You won't have a choice» V-Stephens' eyes gleamed. «We'll make you fight. When we attack your cities you'll come back at us. It's human nature» […] «Let's face it» Gannet said. «The webfoots and crows will resettle it. They'll be living here on Earth after we're all dead.»” (“War Veteran”)