...no busques compañía.

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jueves, 25 de septiembre de 2014

Algo para decir sobre


Allá por los años 80 yo era pequeña y mi padre atesoraba una colección de revistas. Mi padre era mentiroso y yo lo había heredado, tal vez de él. Entonces firmamos el contrato. Para no tener problemas con mi madre, me había prohibido leerlas “porque eran muy fuertes para mi edad”, me dijo rotundo una tarde de invierno, y casi estoy segura de que acto seguido se cercioró de hacerme un guiño tan sutil como efectivo; aunque es probable que haya actuado algún tipo de manifestación telérgica. Para el caso es lo mismo, todo eso terminó por imprimirse de alguna u otra manera en el tejido de lo real.
Esa tarde de invierno, la segunda contraseña de mi padre fue también clara: anunció con bombos y platillos que se tiraría a dormir su acostumbrada siesta. Durmió, por supuesto, más de lo que siempre solía (teníamos poco tiempo: en breve tendría que traerme de nuevo a Rosario). Porque ahora que lo pienso bien… creo que seguramente haya sido una de esas vendettas al cubo que le hacía a mi madre (que nunca le gustó el ocio improductivo y altanero del arte) en las que yo siempre funcionaba como una especie de muñequito de vudú o algo por el estilo. Todas esas agujitas... sosteniendo como chinches mis neuronas sobre una tabla de posiciones de corcho fueron formando constelaciones cada vez más raras; y acá estamos…
Ese día me metí en el placard de la pieza de cachivaches con las dos cajas de revistas, “para mayor seguridad”, pensó mi incipiente cerebrito de ñoña, que ya intuía la necesidad de apuntalar la ficción. Dejé apenas entornada la puerta como para que entrara algo de la luz moribunda de la tarde, único nexo con la realidad invernal de aquél pueblo que por ese entonces todavía conservaba su candidez presojera.
Lo primero que salió de la caja fue la revista Fierro, brutal. Ahí consumí más pornografía y ciencia ficción de la que mi cerebrito podría jamás asimilar (todavía estoy tratando de sacarme la resaca qu´lo parió). Conocí, sin saberlo, a Oscar Chichoni, el autor de aquellas portadas gloriosas de la revista en las que las mujeres se fusionaban en tremendo goce con las máquinas. Ahora pienso en cuánto contribuyó Chichoni a que años después me gustaran tanto David Cronenberg y J. G. Ballard. De la mano de Fierro y sus entregas distópicas recuerdo haber tenido mis primeras angustias existenciales… cuánta neurosis ayudó a cristalizar Fierro (pero eso merecería un episodio aparte). En el fondo de la caja (¡hamdulilah!) yacían tímidos algunos números de la revista El Péndulo. La lógica me dice que debían ser nuevos, aunque yo los recuerdo siempre extemporáneos y descoloridos (quizá porque envejecí con ellos), tal como uno los puede encontrar actualmente por doquier en cualquier librería de usados. Ese gran crítico que es Pablo Capanna (que fue “el crítico” no sólo de El Péndulo sino de la revista Minotauro) contó años más tarde en varias ocasiones que este fenómeno se lo debemos al optimismo de Ediciones de la Urraca, que había realizado tiradas extraordinarias de la publicación porque confiaba en que tuviera un éxito similar al de la revista Humor, su gran emprendimiento. Ilusos… (y menos mal que existieron esos ilusos).
Como toda empresa heroica que decide hacer caso omiso de la realidad, El Péndulo no podía sino fracasar en ese momento, en ese sentido al menos. Les cuento un poco las peripecias de la revista para que se entienda esta idea. El Péndulo. Entre la ficción y la realidad (así se llamaba al principio, en su primera época) surgió en formato revista en 1979 y sacó cuatro números que vinieron a desarrollar la propuesta que tímidamente había despuntado en un proyecto anterior que, pocos meses antes, había funcionado como experiencia piloto: el Suplemento de Humor y Ciencia Ficción. Se trataba de generar un espacio para la difusión de la ciencia ficción, tanto para la traducción de las nuevas y excéntricas manifestaciones del género a nivel mundial, como para las producciones vernáculas más extrañas e inclasificables, que mucho tenían para decirnos sobre lo humano y lo real en las postrimetrías de la dictadura que comenzó en Argentina a mediados de los 70. En ese contexto, se publicaron (gracias al espíritu visionario de Marcial Souto, su editor) los primeros relatos del por aquel entonces ignoto Mario Levrero (entre ellos su Manual de Parapsicología, bajo el sello de Los libros de El Péndulo), la maravillosa columna de Elvio Gandolfo, “Polvo de Estrellas”, cuentos de ese gran escritor y traductor que es Carlos Gardini, autor de ese maravilloso primer relato dedicado a la guerra de Malvinas (“Primera línea”), lo mejor de Angélica Gorodischer, los más lúcidos ensayos de Pablo Capanna en donde intentaba pensar las vertientes más imaginativamente libres del género ligadas a la patafísica, así como también ficciones y ensayos de escritores extranjeros nóveles, algunos de los cuales ya venían siendo traducidos por ese gran proyecto que fue la editorial Minotauro. 
Todo ese material singularísimo, que le dio además un lugar destacado en sus páginas a grandes dibujantes locales, vino a ensanchar el caudal de las arcas ya inmensas del capital cultural del Río de la Plata. Paradójicamente, esta revista que se proponía fundarse como un espacio de difusión y reflexión de la archicodificada institución de la ciencia ficción, terminó por volverse, como toda obra magistral, inclasificable, un cosmos límbico de difícil asimilación. De forma similar a como fue pensada la editorial Minotauro en los 60 por Paco Porrúa, El Péndulo tomó la forma de un híbrido tendiente a difundir una  manifestación cultural de masas que no logró captar la atención del círculo “culto” o “intelectual”, ni tampoco adecuarse al público que consumía regularmente productos como Humor o, posteriormente, Fierro. Tuvo, por supuesto, sus idas y vueltas, tres etapas de excelencia entre el 79 y el 87, dos antologías, una colección de volúmenes de autores locales y un sinnúmero de ideas brillantes que terminaron por publicarse en la revista Minotauro (segunda época), cuya tirada fue lamentablemente muy inferior a la de El Péndulo. De ésta nos quedó, sin embargo, no sólo el aura de su publicación de culto. Debemos agradecerle al entusiasmo militante de Ediciones de la Urraca, que confió en la consagración que paradójicamente tuvo la revista a nivel internacional, que en la actualidad pueda encontrarse el remanente de sus ejemplares en casi cualquier librería de usados. ¿No los vieron? Estoy segura de que ahora van a comenzar a estamparse contra las retinas fisgonas…
Les cuento una cosa. Ahora que salí del placard, hace muy poco, después de enroscarme neuróticamente durante años con todo esto, tuve una noticia que creo que va a hacer a más de uno ponerse a tono. Es cierto que la lógica del chisme suele reclamar el sigilo de la serpiente. Y en este caso, convendría tal vez atender a lo que dicen (más de una vez intuí que con acierto) aquellos que creen en las ciencias alternativas, eso de que cuando uno cuenta algo se le quita energía a las cosas que tienen que pasar y entones no suceden… Pero yo prefiero arriesgarme a abrir cajas de Pandora y clavar agujitas. Acá, queridos, potenciales lectores, van como dardos envenenados las mías: vuelve El Péndulo, comienza su cuarta etapa, si los hados lo permiten, muy pronto. Así me contó Oscar Chichoni hace muy poco (http://micerebroanimal.blogspot.com.ar/2014/06/entrevista-oscar-chichoni-con-primicia.html).
Ya está, sembrado el mal, pelada la gallina, listo el pollo. Si se pincha el proyecto, al menos espero que este comentario sirva para revisar la historia de nuestra extrañísima ciencia ficción argentina. ¿Podrá ahora salir de su cápsula criogénica y adquirir la significación que no supieron darle los años 80? Tengo todas las fichas puestas en eso.

Publicado en "El Cocodrilo. Revista de la Asociación de Graduados en Letras de Rosario (AGLeR)", Número 1, Año 1, Agosto 2014.

Número uno completo en: "El Cocodrilo. Revista de la Asociación de Graduados en Letras de Rosario"

lunes, 22 de septiembre de 2014

Columna sobre "El Cuentacuentos" del maestro Jim Henson, en "Lo que resta del día" (FM 103.3 Radio Universidad)


Ya está, me puedo morir tranquila, le dediqué una columna a Jim Henson...




El trailer...




Algunas imágenes de "El Cuentacuentos"

"Hans, mi pequeño erizo"
La muerte aprisionada...



 Por puro proselitismo hensoniano, les dejo además el trailer de "The Dark Crystal"




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martes, 29 de julio de 2014

Fiestamundialista



Me chupa un huevo (fálica como siempre, diría mi terapeuta) el fútbol, mundial o no mundial. Siempre dije eso y lo sostengo. Es más, detesto todo deporte de competición, saca lo peor de la humanidad, es además un instrumento fascista!! De hecho hace un par de semanas lo reafirmé en el programa de radio que hacemos con Matías Philipp y Clemente, nuestro queridísimo conductor, me miró con cara de horror cuando rematé “Y espero que pierda rápido Argentina, así se dejan de joder”. No volvió a preguntarme por el tema.
Después llegó el mundial y fui mirando cuanto partido pude, como siempre la estampida de cosas indeseables me termina derritiendo la jodidez que tengo en el alma (y el eventual gorilismo borgeano). Me mató que se volvieran tan rápido los hermanos yorugas… se me piantó un lagrimón!
Además tuve una anagnórisis, espantosa como todas ellas: me percaté de que sé mucho de fútbol (más bien de su anecdotario). El otro día nos juntamos con unos amigos (bastante futboleros) en mi casa a ver el partido Argentina-Bosnia y hablando al pedo les hice un recuento de fechas, goles, figuras, penales injustos de todos los mundiales desde Italia 90, que fue mi gran pasión (junto con El Diego, con cuya sinceridad brutal me identifico siempre). De Italia 90 lo sé todo, absolutamente todo: los detalles técnicos y las pastillas de color familiares que lo acompañaron. Como al pasar mencioné, lo dí por sentado, que Chile no había ido por la suspensión…
-“Qué suspensión??”
- “Cómo qué suspensión?? Rama, vos sabés
de fútbol… no te acordás que
el arquero chileno en un partido contra Brasil fingió
una herida grave, dijo que le habían tirado una
bengala desde la tribuna brasilera. después se descubrió que se había cortado la cara con una gillet, el loco de mierda!! suspendieron al equipo entero. Chile no participó como por 2 mundiales. al principio culparon a una mina de la tribuna que después se hizo conocida como “La Bengaleira”; salió en varias tapas de revistas medio en bola, creo que incluso en Playboy…”
No me creían. Hasta yo dudé, pero lo buscamos en Internet y estaba. Ironía del destino me terminé ganando el respeto de todos los presentes por mis conocimientos de fútbol…
Después también les conté, con nostalgia veterana, que había participado en el año 2000 en el torneo de fútbol femenino de la UNR, por el equipo de Humanidades y Artes (obvio), y que habíamos salido campeonas. Éramos tan pobres… no teníamos ni banco de suplentes, así que le poníamos el cuerpo, el alma y algo más le debemos haber puesto porque terminamos ganando no sé cómo mierda. Con nuestras pobres remeritas pintadas con aerosol y un técnico baboso del MNR. Parece que para eso servía el MNR (¡era para eso!), porque le pudimos ganar en la semifinal a las archiequipadas chicas de veterinaria y en la final a las de agronomía, que para nosotras eran más intimidantes que los All Blacks haciendo el haka…
Con todo esto no me quedó más que reconocer que evidentemente tengo una relación bien bipolar con el fútbol. Creo que es directamente proporcional a la que tengo con mi padre, que le encanta el fútbol…
Me llevaba a la cancha de chiquita, pero parece que el equipo perdía cuando yo iba… mmm…
Encima ahora Molina me pregunta si quiero escribir algo sobre el mundial y me entusiasmo… Así no hay resistencia que aguante, la puta madre!


Publicado en el facebook de la editorial "Fiesta" (05/07/14)

jueves, 24 de julio de 2014

Columna sobre la revista "El Péndulo" en "Lo que resta del día" (FM 103.3 Radio Universidad)

Una topadora cultural...



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Reencontrando a Gandolfo

La primera vez que me topé con Elvio Gandolfo fue en la revista de ciencia ficción “El Péndulo”, fiel
exponente de esa topadora cultural que fue Ediciones de La Urraca desde fines de los 70. Ahí Elvio escribió sin interrupción durante la década del 80 su columna “Polvo de Estrellas”; sección imperdible de la revista en la que se abría un mundo a partir de sus insólitos rescates y sus comentarios sobre Borges y Bioy, las nuevas corrientes de la ciencia ficción y sus ocasionales intervenciones sobre los “raros” uruguayos. Los amigos orientales congregados bajo esa categoría de Ángel Rama que Gandolfo citaba en el número 7 de 1982 eran a grandes rasgos, Armonía Sommers (a quien le dedica esa entrega), el lamentablemente siempre desatendido por los lectores Tarik Carson, el gran Felisberto Hernández y su amigo Mario Levrero (publicado además con frecuencia en la revista).
Años después, en una de las últimas entregas, Gandolfo reconstruiría la historia de esa publicación rosarina que surgió a fines de los 60 en el seno de la imprenta La Familia, perteneciente a los Gandolfo: “El lagrimal trifurca”. Si uno logra acceder (sorteando las dificultades no menores que esto supone) a al menos algunos de los ejemplares de esa joya de la edición artesanal podrá comprobar no sólo la calidad de las publicaciones sino cuán relacionadas estaban las inquietudes literarias de la familia Gandolfo y la incipiente ficción de Levrero, que fue también publicada tempranamente en El lagrimal.
Indudablemente allí se forjaría un diálogo entre poéticas. Más lo ratifico aún cuando recuerdo viejos textos de Gandolfo como “El instituto” o “La reina de las nieves” (La reina de las nieves, 1982), cuyos dislocamientos temporo-espaciales, laberínticos, son contemporáneos a los de la Trilogía involuntaria (1970-1980-1982) de Levrero; o esas mujeres cotidianas, cuyas metamorfosis fantásticas las arroja, en ambas poéticas, hacia un plano de otredad al mismo tiempo siniestro y casi divino. Toda una serie podría trazarse recorriendo sus obras tempranas, que va desde la atmósfera de decadencia entrópica y la construcción de las mencionadas figuras femeninas, hasta cierta proclama (más o menos explícita) de un realismo que no confía en la certeza de los sentidos.    
Debo decir que esta confluencia de intereses, no podía suceder sino en ese terreno misterioso que es el triángulo del Río de la Plata: esa superficie que se conforma uniendo los puntos de la constelación Rosario-Buenos Aires-Montevideo. Allí, entre ediciones caseras y revistas de culto, las ficciones de Elvio Gandolfo y Levrero tomaron forma en un diálogo mutuo cifrado en afinidades y lecturas compartidas, que a su vez se conjugó en intercambio con la atmósfera de la ciencia ficción y quién sabe cuántas más poéticas contemporáneas que se congregaban, a uno y otro lado del Río de la Plata, en las revistas independientes (como la uruguaya "Los huevos del Plata" o el semanario humorístico "Misia Dura"). Algo me dice que tal vez no sería desatinado hacer extensiva la categoría de Rama a muchas de estas posteriores ficciones, sensibilidades generacionales, que gravitaron en torno a estos espacios, entre ellas la de Elvio.
Mucho de esa “rareza” rioplatense deviene del uso (a veces enfáticamente negado) de los géneros, que en sus modulaciones define ciertas series. En el caso de Gandolfo, esto se vuelve evidente si se presta atención a su obra crítica: su obsesión por Philip Dick, el prólogo que le escribe a la antología de la ciencia ficción argentina Los universos vislumbrados (1978), sus ensayos sobre los géneros del policial y el terror; muchos de ellos compilados en El libro de los géneros (2007). Pero Gandolfo acerca además en sus ficciones los géneros del policial, el terror, la ciencia ficción, a un espacio y registro vernáculos. Mediante esta operación no sólo construye un verosímil realista singular, sino que genera una contraseña humorística que vuelve cálida la relación entre los polos que componen el pacto ficcional: autor-narrador-lector. Es ese mismo efecto de cercanía al lector que genera Levrero en sus ficciones, que ambas poéticas muchas veces redoblan a partir de la ficcionalización (recurso muy borgeano, por cierto) de la figura del autor como personaje.
Este procedimiento que Gandolfo viene llevando a cabo, tempranamente, desde cuentos como “El terrón disolvente” (versión vernácula del universo dickiano, que bien podría leerse en tándem con “Los ratones felices” de Levrero), sigue constante, aunque acentuado, en muchos de los relatos que componen Cada vez más cerca (2013). 
Por eso, la vuelta del policial en Gandolfo no nos reenvía estrictamente al tono del policial negro de cuentos como “Un error de Ludueña” (Ferrocarriles argentinos, 1994): “Los pasos en las huellas” narra con socarronería cómo un agente de la SIDE sigue espiando luego de décadas a un viejo poeta que estuvo relacionado con publicaciones de izquierda en los 70, sólo para justificar una estructura del Estado que se ha vuelto obsoleta. Más claro es esto aún en el registro de la ciencia ficción, particularmente en textos como “Pegando la vuelta”, donde el autor reactualiza el tópico clásico del apocalipsis ya abordado en ficciones como “Sobre las rocas” (La reina de las nieves, 1982), “Caminando alrededor” (Sin creer en nada (trilogía), 1987) y “Llano del sol” (Ferrocarriles argentinos, 1994). Pero si en varios de los cuentos previos primaba esa decadencia entrópica en la que la ruina volvía una y otra vez propiciando un loop que intentaba evadir un colapso último hacia el vacío, en “Pegando la vuelta” por primera vez el final constituye un nuevo comienzo en el que los adolescentes rosarinos disfrutan de surfear en un Paraná convulsionado, mientras los adultos se lamentan culposos por sus errores pasados. Evidentemente el escenario político de los 70 (momento en el que se escriben muchos de estos primeros cuentos) condicionaba poder narrar algo distinto más allá de la desintegración. En este sentido Cada vez más cerca parece ser hijo de otro tiempo. Por eso muchos tópicos insisten, pero las resoluciones tienen matices diferentes. 
El núcleo femenino constituye sin duda un tema aparte, que al parecer no podía estar aquí ausente. En “Las negritas”, Gandolfo propone, como hacía en “Escamas piel” y “Rete Carótida” (Dos mujeres, 1992), un devenir casi animal o monstruoso de las figuras femeninas (que por supuesto siempre genera una fascinación irresistible en sus protagonistas). De la mano del mismo interés, también está presente en Cada vez más cerca la interrogación sobre la posibilidad de un saber de la experiencia del cuerpo, que revive a partir del trance. Ya en “Cuando Lidia vivía se quería morir” (1998) el sueño había sido la instancia de reconciliación de dos viejos amantes. Ahora, el protagonista del cuento “Cuerpo” se reencuentra bajo los efectos de la anestesia con la corporalidad de una mujer deseada. Si se me permite, después de esto, ¿cómo no leer un diálogo entre Gandolfo y Levrero? 
Al igual que el autor uruguayo, en Gandolfo una porción nada despreciable de lo real acontece en un dominio que excede la soberanía de la consciencia y los sentidos. Se trata de fenómenos que forcejean por ganar un lugar en el tejido intrincado de la realidad. Una ballena colapsa en la intersección de las peatonales rosarinas y deja huellas pnémicas inconscientes en todos aquellos que presenciaron el fantástico acontecimiento. Eso que sucede en “El momento del impacto” (Cuando Lidia vivía se quería morir, 1998), inaugura una serie que se potencia aquí en relatos como “Grande”, donde los habitantes de una ciudad perciben la existencia de un organismo informe que subyace bajo la estructura de la urbe.
Hay, detrás del uso enrarecido de los géneros, una pulsión realista que recorre las manifestaciones generacionales de las que hablaba al principio. Si no recuerdo mal, ya en 1966 Rama llamaba la atención sobre la emergencia de una literatura imaginativa, heredera de la tradición onírica del surrealismo, que entendía la actividad imaginativa como una forma de exploración profunda que conducía a un superrealismo. Tal vez habría que revisar las continuidades de esa genealogía, al menos para pensar la literatura de Gandolfo.

Publicado en BazarAmericano, Julio-Agosto 2014, año XI, número 47.

domingo, 11 de mayo de 2014

Sincericidios

Entrar
sabiendo que vas perder.
Algo adentro hace "clack"
y estás roto.
Sacás tus pies chuechos
de bailar cumbia
pero no podés
no querés
no entendés
la danza de los histriones
Vas con la tuya
rota, tosca
que muerde
Salís al baile
vestida de bailanta
a tropezones porque te empujan
El reflector te ilumina
con tus sandalitas de flecos
pinturrajeada
de tutú prestado con lentejuelas...
y lo único que sabés
es que ya perdiste.

"La batalla de Malvinas" de Ricardo Barreiro, en "Lo que resta del día" (FM 103.3 Radio Universidad)


Seguimos con el ciclo de historieta, por acá...








                                                         
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jueves, 3 de abril de 2014

La fobia como una de las bellas artes

Poema diurno,
en principio,
al menos sospechoso…
Anoche hablé con Rafa
en el cumpleaños de Blanca
después de un año de tensa indiferencia
debe ser eso
distancia de por medio
fue bueno
y raro
Ahora se me vino a la cabeza
parte de la charla,
la más trivial

“No, no hay forma,
No me gustan las travesías.
Me gusta remar Rafa, acá en Rosario imaginate además Rafa
con cruzar el cauce ya es un toco
cruzar y quedar tirada en uno de los paradores
con baño
nada de hippismo
esa me va.
No, no me copa, ya sé a vos sí…
yo no sé…
hay veces, cuando está muy picado
que remo y remo
te juro que pienso “no vengo más, vendo el kayak y se va todo a la mierda”
-“Sí, tal cual. Me pasa cuando salgo de travesía y estoy muy cansado. La última vez éramos 200, además mucha gente… pero cuando llegás después de remar 7, 8 horas te das cuenta de que vale la pena” (y me mostró viril el puño, e imitó el puño con los labios y los ojos)
“-Ves yo creo que es eso, me la vuela, te cansás y no tenés cómo mierda irte, tenés que remarla y remarla y remarla… por eso no me gusta, es como una repetición ominosa de la vida…y encima por opción. Estoy tratando de no ser ya más sparring de esa puerca, cuando lo puedo evitar. No Rafa, lo mío no son las travesías…”

Intuyo de más
sobreinterpreto
como siempre
Creo que en esta pequeña charla
se resolvió nuestra eterna disputa
fálica…

vamos a estar bien.

La fobia como una de las bellas artes

“Fue mientras escribía
recién empezaba
tenía unos 6 años
me miré la mano
sosteniendo el lápiz
insegura
y me di cuenta
de que nunca
nadie iba
a poder estar adentro
mío
y que yo nunca iba a poder
estar adentro
de nadie más
que estaba eso
irreductible
incomunicable
me invadió
esa angustia existencial
corrí a tratar de explicárselo
a mi mamá
nunca
te pasó?” 

“¿Sentirme solo?
No.” 
   
   (Veo pasar a la gata-reptil apenas iluminada por la luz que entra por la ventana 
   mientras siento todavía el eco 
   de esa ecuación
   lacerante)

A veces pienso ratón
      cuando me hablás
      después de que yo 
      digo
      todas mis usuales
      parrafadas 
que los siglos de filosofía
y de literatura
humana
se reducen a eso
“familias disfuncionales”
toda la reflexión ontológica
es pura maquinaria neurótica ratón
Vés
   vos no la tenés,
yo sí
y a veces pienso
que nosotros somos
como un gran varieté
para ustedes
que se entretienen
   gratis 
con nosotros
       De otra forma
       no entiendo
       por qué nos eligen.
“Es un poco así, jej (gratis no, pero)”

    Él está relajado
    lo siento
    abrazarme 
    cálido 
    como un 
    pulpo
    y lo envidio

    como cada vez
    que se me abre
    esa tangente  
 en la que percibo
 cómo
 la oscuridad
    fracasa 
    en hacer 
    su aleación
       y nos deja
       abrazados 
    en un acople
    de universos
en esa monstruosidad
       dodecafónica
      en la que yo siempre
       desentono
  
    Él huele la adrenalina
       que destilo 
    y hace de todo
    un algoritmo 
    de simpleza.
    se limita a lo
    que entiende
    es esencial 
    y me abraza 
    (eventualmente esboza algún cariño. Permanece en silencio)
     
     "En marzo vuelvo a terapia ratón... 
      espero que me alcance el presupuesto..."
      (le digo) 
      Después 
      trato de
      echar
      sobre todo
      un manto

      de sueño

Sincericidios

El frío polar de los
ochenta
en echesortu era
más punzante. Estoy segura.
tal vez fuera el cemento
y la pintura en aceite
que condensaba
el agua
y la volvía hielo
mientras viajábamos
en bici
y yo veía
pasar la secuencia
del paisaje
monótono
que iba formando
los días

era el espíritu más
pujante de echesortu
el de mi abuelo
el único que me dejaba
a horario
antes de que tocara
el timbre
ése con el que empezaba
día
a día

mi paulatina domesticación

sábado, 29 de marzo de 2014

"La Argentina en pedazos" de Ricardo Piglia (PARTE 2), en "Lo que resta del día" (FM 103.3 Radio Universidad)


Seguimos con "La Argentina en pedazos"



Más imágenes de "El Matadero", ilustradas por Enrique Breccia
La clásica escena en la que el nene pierde la cabeza en el accidente durante la doma... 
El unitario recortado de la realidad llega a El Matadero...






















La escena final.

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