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viernes, 16 de enero de 2015

Martín Kohan


Un mito de origen nacional* 

Se ha convertido casi en una vulgata aquella frase a la que Michel Foucault, en reconocida deuda con Thomas Hobbes, da forma en su Genealogía del racismo; rodeo más, rodeo menos: la política no es sino la guerra continuada por otros medios. Inapelable, esta fórmula magistral que parece encajar a la perfección para pensar las complejas dinámicas del Estado en el siglo XX esconde, no obstante (al menos en Argentina), una antesala en el siglo XIX en la que lo bélico se trasluce como materialidad contundente detrás de la conformación del concepto de Nación. Sobre esa hipótesis central gravita El país de la guerra (2014), ensayo en el que Martín Kohan propone con un estilo a la vez sofisticado y fluido (grata síntesis en general difícil de lograr) una génesis y desarrollo de la historia nacional indisociables de las representaciones de la guerra. Vale destacar que esta propuesta no puede sino actualizar esa línea singularísima de los estudios culturales que iniciara Josefina Ludmer en El género gauchezco. Un tratado sobre la patria (1988).
En esa clave Kohan analizará cómo a partir del siglo XIX la versión de la historia de Bartolomé Mitre logró imponerse por sobre la de Juan Bautista Alberdi; de modo que la historia nacional quedó ligada a la de las versiones triunfalistas y al enaltecimiento de los héroes militares (Belgrano y San Martín) como actores principales que habrían determinado la victoria en las guerras de independencia. Así, el culto a la gloria militar se vuelve en el siglo XIX parte estructural de la cultura que conforma la sociedad entera: se encuentra en los himnos de corte marcial, en las historias biográficas de los héroes patrios, en la literatura gauchezca, en los cielitos. Este proceso, tal como el mismo Alberdi lo vislumbró, sería luego un obstáculo para entender el Estado nacional en términos de real gesta cívica y política, ya que lo bélico inscripto como mito de origen nacional no haría más que operar a nivel simbólico como un fuerte catalizador de gobiernos despóticos. Habría que leer con Alberdi, parece sugerir Kohan, en estas representaciones literarias gestadas por la elite letrada un uso esencialmente político de ellas que se sustenta en una necesidad de usufructo de los cuerpos para la batalla. Se trató en definitiva de la conversión de la violencia popular, irregular y delictiva del gaucho, en violencia militar, legal y regulada por el Estado, a fin de combatir ese otro inasimilable que obstaculizaba la conformación de la Nación: el indio. Pero el uso del cuerpo se pagará con gloria; de este modo el gaucho se gana en el imaginario cultural su lugar de héroe épico popular, gracias a las posteriores (e influyentes) relecturas que Leopoldo Lugones hiciera en El payador (1913) de la figura de Martín Fierro.
Con el comienzo del siglo XX se marca como con cronómetro un punto de inflexión en esta dinámica, la ecuación se invierte. Si en el siglo XIX la guerra había sido la forma mediante la cual se pensó e hizo efectiva la materialización del Estado, en el XX, por el contrario, los mecanismos de la guerra son regulados por éste: atendemos a una estatización de la guerra en la que de a poco se vuelve más y más pertinente la mencionada fórmula foucaultiana. Porque simultáneamente a que en tiempos de paz el Estado se ve en la necesidad de regular las formas de la guerra y la profesionalización de los soldados (y de ahí la temprana discusión sobre el servicio militar obligatorio en 1901), las dinámicas políticas que lo conforman de manera cada vez más compleja se tornan más permeables a las lógicas bélicas. Todo lo que queda de la guerra en el Estado de paz del siglo XX son ciertos mecanismos que conforman su dinámica política y “nudos de conflicto con violencia (la Semana Trágica de 1919, la Patagonia Rebelde de 1921, los bombardeos golpistas de 1955, los fusilamientos represivos de 1956, etc.)”. De hecho, hasta 1982, momento de la Guerra de Malvinas, podría decirse que estos focos de violencia de los que habla Kohan están esencialmente marcados por la clandestinidad, la insurrección, la revuelta. En torno a las representaciones de estos momentos se centra la segunda parte de El país de la guerra: las lecturas de los diarios del Che Guevara y el análisis de la figura del guerrillero heróico argentino, las dinámicas de juegos como el TEG y el Estanciero (juegos de simulación funcionales a la ideología agropecuario ganadera que en los 70 permiten además “tener alistado el poder bélico en la paz”), las representaciones literarias de la emblemática vuelta de Perón en el 73, hasta arribar finalmente a las declaraciones de Videla. 
En este recorrido, una reseña aparte merecería sin duda el capítulo que Kohan dedica a analizar cómo la guerra se funde con el relato de lo íntimo en la narración que Rodolfo Walsh hace de la muerte de su hija María Victoria, militante de la agrupación Montoneros. La muerte “gloriosa” de su hija, en palabras de Walsh, se contrastará con las ideas que se exponen en ese otro gran apartado del libro, aquel en el que se recorren los textos que se abocan a la representación de la Guerra de Malvinas. “El cimbronazo que sobre este territorio provoca Los pichiciegos (de Rodolfo Fogwill) habría que medirlo en escala Richter”, remata con estilo el autor. Y es que esa especie de novela picarezca sobre la guerra que es Los pichiciegos, en la que sus personajes se mueven por una necesidad básica de subsistencia en medio de un universo subterráneo salvajemente marcado por jerarquías políticas y económicas, contrasta radicalmente (quizá por primera vez) con la figura preclara del héroe de guerra. Como puede apreciarse, en El país de la guerra Kohan despliega un abanico amplio para pensar las formas de la guerra en Argentina; hace un paneo polifónico que abarca los usos políticos del cuerpo, los discursos de lamento y denuncia, los de resistencia, los de supervivencia. 

* El título original de la reseña, que creo más fiel al contenido, es "Una matriz de guerra".

Publicada en el diario La Capital, suplemento cultural Señales el 14 de diciembre de 2014, página 4 de edición en papel (sin edición online).