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domingo, 22 de diciembre de 2013

Sobre Nuevos secretos. Transformaciones del relato policial en América Latina 1990-2000, de Ezequiel De Rosso.


Incertidumbre en el policial

Nunca fui lectora de policial, poco sé del tema, y entre otras cosas Chandler me aburre mortalmente. Algo de eso le comenté a Ezequiel De Rosso cuando hablamos por primera vez personalmente. A él tampoco le gustaba gran parte de lo que yo leía, aunque me respetaba al menos por ser lectora de género (en mi caso: lectora de la ciencia ficción; aunque más bien de aquella vertiente que es demasiado soft para su gusto, por su participación en ocasiones muy laxa en el género).
Debo confesar que el encuentro con De Rosso, y mi iniciativa de escribir una reseña sobre un tema que nunca me había interesado, volvió a enfrentarme con toda una batería de interrogantes nunca despejados. No termino de comprender si es esa soledad casi ontológica que sufrimos los lectores de género que transitamos por la academia (como si la institución genérica fuese inconciliable o diferente de la de la “Literatura”) o algo aún más visceral, indecidible, que nos constituye; lo cierto es que cuando nos reconocemos por los pasillos de la institución se produce una especie de mágica camaradería, una transferencia cándida que nos reconforta. Y es que tal vez en todo gran lector de género éste sea indisociable del propio mito de origen; quizá ahí radique el porqué de la sensibilidad melancólica que tiñe la introducción de Nuevos secretos: para De Rosso, se trata de hablar precisamente del “fantasma de los géneros”, que no es otro más que el “fantasma de la verdad”, en el relato policial latinoamericano de fines del siglo XX.
Sobre este terreno en el que el policial no puede encontrarse sino “desquiciado” (según aquel segundo costado de la ley del género señalado ya hace tiempo por Derrida) se mueve De Rosso, pero haciéndose riguroso cargo de la olvidada dialéctica del problema. Allí donde según Derrida la ley y la contra ley del género se citan mutuamente a comparecer, es imperioso reflexionar además sobre las reconfiguraciones del andamiaje versátil pero insistente del policial, sobre la pervivencia del campo discursivo que delimita todo género según su ley más primigenia (aunque, como toda estructura normativa, ciertamente goce de menos glamour). En esa apuesta, señala Jorge Lafforgue en el prólogo, De Rosso avanza con maestría hacia la formulación de un “tercer umbral” del género.
En la construcción de los antecedentes, De Rosso marca con precisión dos umbrales previos en Latinoamérica cuyos rasgos permanecerán, luego del momento de su desarrollo, en el genotipo del género. De modo que pensar, por contrapartida, el fenotipo del policial latinoamericano de fines del siglo XX (el tercer umbral) requiere tener presente esa constelación: un primer umbral que comenzaría en la década del veinte con la apropiación que la vanguardia hace del género y que cerraría en los cuarenta, cuando figuras de consagración como Borges y Onetti estabilizan sus procedimientos, al tiempo que refuerzan la idea de que la “verdad” (concepto inherente al policial clásico que la vanguardia ya había desestabilizado) no sería más que una construcción textual; y un segundo umbral, en la década del setenta, momento en el que el policial se torna un “objeto respetado” y se prefigura como modelo textual de denuncia de la crisis política latinoamericana, de compromiso político y de representación realista. Posteriormente, en los años noventa, dice De Rosso, las rupturas que se llevaron a cabo en los setenta alcanzarían su ápice.  
Este desarrollo abre la puerta a la reflexión en torno a, por un lado, la preeminencia de la vertiente conspirativa en el policial latinoamericano de fines del siglo XX (fenómeno que perturba naturalmente la tríada clásica entre Estado-Investigador-Crimen) y, lo que me interesa en lo personal mucho más aún, la irrupción en el policial de un “universo probabilístico” que atenta peligrosamente contra el imperativo tradicional de resolución del enigma. La exploración de las posibilidades narrativas del enigma y la imposibilidad de su clausura son, en efecto, las dos constantes que se modulan para De Rosso en Las Islas de Carlos Gamerro, El disparo de argón de Juan Villoro y Los detectives salvajes de Roberto Bolaño.    
Lo interesante es que aquí Ezequiel De Rosso se encuentra, en el policial, con el mismo problema con el que me vengo topando a la hora de pensar las reconfiguraciones de cierta “ciencia ficción” o, más ampliamente aún, de aquellas narrativas que ficcionalizan, temática y formalmente, los discursos científicos (me refiero especialmente a la línea mística que en el siglo XX alcanza su plenitud con Philip K. Dick y J.G. Ballard y que, en estos pagos, se singulariza principalmente en las narrativas de Mario Levrero y Marcelo Cohen).
En este sentido, De Rosso nunca peca de inocente. En los dos primeros capítulos de Nuevos Secretos, en los que analiza, además de las características y dinámicas internas del policial, sus vinculaciones con otras manifestaciones como el naturalismo, el fantástico, la ciencia ficción (dicho sea de paso, gran parte de ese trabajo se realiza en notas al pie que son pandémicas, que no pueden sino impregnar la sinapsis de irremediables secuelas), se llama la atención sobre el hecho de que tanto el policial como la ciencia ficción compartirían una misma raíz: la racionalización, por medio de diferentes procedimientos, del “oscuro e inexplicable relato gótico”. De ahí la conjunción que se lee en el policial entre misterio, enigma y razón; y la ambigüedad de la ciencia ficción, que siempre hace un uso desviado de los paradigmas de la sagrada institución científica. 
            Ahora bien, dice De Rosso, es necesario precisar el carácter de la famosa “racionalidad” del policial (y en este punto nuestras hipótesis no pueden sino comenzar a coincidir). Incluso en el policial clásico, esa pieza fundamental que es el investigador, que siempre se encuentra en la frontera entre la legalidad del Estado y la ilegalidad del crimen, no se vale (como suele comúnmente creerse) del método científico, sino por el contrario, de su intuición. Su forma más clara tal vez sea el detective Dupin, de Edgar Allan Poe, que encarna el problema del genio intuitivo de la razón romántica. Siguiendo esta idea de De Rosso, creo en efecto que la reunión entre el policial y el modelo de razón romántica en Poe no sorprende, dado que ya en Eureka Poe afirma que la intuición es una convicción cuya fuerza irrevocable nace de procesos deductivos, inductivos y reflexivos, que no obstante fueron lo suficientemente secretos como para pasar inadvertidos por nuestra consciencia.
De alguna manera, este concepto de razón tiene al parecer una continuidad desatendida. El error radica precisamente en no visualizar que la intuición sería parte de la razón, aunque ciertamente no del método científico. Lo que sucede es que el imperio del modelo positivista ha realizado un borramiento radical de uno de los aspectos centrales del concepto original de razón moderna: para Montaigne y Bacon, la “incerteza” constituye un factor esencial de lo racional, concluye con acierto De Rosso. De modo que éste parece ser también un genotipo (uno de larga prosapia) que habilitaría el fenotipo del policial latinoamericano de fines del siglo XX, aquel en el que se exacerba la “incerteza” y la “imposibilidad de clausura” ante la proliferación simulacral; características que, de más está decir, también le deben mucho al genotipo borgeano.
Aún cuando los intereses no coincidan, parece que las propuestas de aquellos que hemos sido marcados por la lectura de géneros convergen. Allí donde De Rosso encuentra un “universo probabilístico”, “incierto”, en el “tercer umbral del género” (como bautiza Lafforgue a la propuesta de De Rosso), yo tropiezo en la vertiente mística de la “ciencia ficción” con el “principio de incertidumbre” de Heisenberg (sólo para evitar confusiones: no me estoy refiriendo al protagonista de Breaking Bad, sino al segundo físico teórico más importante del siglo XX después de Einstein).
La pregunta sobre por qué surge en este tipo particular de literatura, tradicionalmente relacionada con lo racional y lo científico, una estética de lo inefable y lo incierto me condujo a desandar (al igual que a De Rosso) los preconceptos básicos sobre la ciencia moderna; pero también a visualizar que los modelos actuales de la ciencia subatómica (la cuántica) contemplan a la incertidumbre como una variante integrada del conocimiento. El “principio de incertidumbre” o “incerteza” de Heisenberg, según el cual no es posible determinar de una forma exacta la velocidad y trayectoria de una partícula ya que ésta varía según sea o no observada, propone un modelo de explicación de la realidad (habilitante de lo problemático y lo polisémico) que interviene lógicamente en las formas de representación realista. Si la realidad es lo que determina el observador, es consecuente entonces que la literatura (reino cuya legalidad inapelable descansa en la autoridad del observador) recepcione e integre en su dinámica estos problemas, tan afines al desarrollo paralelo de sus propias lógicas internas. Parecería que el policial y la ciencia ficción, como buenos modelos de realismo, permeables y atentos, vienen haciéndose cargo de este giro epistemológico; aunque en líneas generales (más aun después de haber sumado las hipótesis de De Rosso) me pregunto si no hay algo de todo este meollo en gran parte de la literatura del siglo XX…
Nuevos secretos me trajo hasta acá. Y aunque el policial sigue sin gustarme, se hace evidente el valor autónomo de un buen ensayo crítico cuando abre la puerta a pensar más problemas de los que se propone. 

Publicado en BazarAmericano, noviembre - diciembre 2013, año XI.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Última columna del año dedicada a Don Antonio Porchia, el as del aforismo, para terminar de conjurar este fatídico 2013 (como siempre en "Lo que resta del día", FM 103.3 Radio Universidad)


Como es la última columna del año viene con galería y antología (y rima de paso...)



De izquierda a derecha (según manda la convención occidental y cristiana, y cierta desafortunada tendencia del devenir ideológico), Libero Badii, Antonio Porchia y Van Riel (1965)



 Edición especial de "Voces" con dibujos de Libero Badii, 1964


Escultura de bronce de Antonio Porchia; a su derecha escultura abstracta de Antonio Porchia (también por Libero Badii)

 


Selección de aforismos que obviamente no llegué a leer durante el programa, en tres series:


I.

La verdad tiene muy pocos amigos y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.

La confesión de uno humilla a todos.

No hables mal de tus males a nadie, que hay culpas de tus males en todos.

Han dejado de engañarte no de quererte. Y parece que han dejado de quererte.

Las cadenas que más nos encadenan son las que hemos roto.

Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.

No ves el río de llanto porque le falta una lágrima tuya.

El mundo perdona tus defectos, no tus virtudes.

Mi padre, al irse, regaló medio siglo a mi niñez.

Convénceme, pero sin convicciones. Las convicciones ya no me convencen más.

A veces lo que deseo y lo que no deseo se hacen tantas concesiones que llegan a parecerse.

Un hombre solo es mucho para un hombre solo.

Se aprende a no necesitar, necesitando.

Lo que sé lo soporto con lo que no sé.

Me dice que soy un ciego, lo que veo.

Cuando uno comprende que es hijo de sus creencias, pierde sus creencias.


II

Quien dice la verdad casi no dice nada.

Cuando digo lo que digo es porque me ha vencido lo que digo.

Una cosa, hasta no ser toda es ruido, y toda, es silencio.

Sí, ya he oído todo. Ahora sólo me falta callarme.

Iría al paraíso, pero con mi infierno; solo, no.

Toda persona anónima es perfecta.

Antes de recorrer mi camino yo era mi camino.

Quien se queda mucho consigo mismo se envilece.

El temor de separación es todo lo que nos une.

Cuando rompo algunas de las cadenas que me encadenan, siento que me disminuyo.

Si yo hubiese creído que lo otro era lo mismo, mi vida no habría tenido ninguna extensión.

Las distancias no hicieron nada. Todo está aquí.

Cerca de mí no hay más que lejanías.

El ir derecho acorta las distancias, y también la vida.

Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo.

Saber morir cuesta la vida.

Pueden en mí, más que todos los infinitos, mis tres o cuatro costumbres inocentes.

Quien conserva su cabeza de niño, conserva su cabeza.

Temer no humilla tanto como ser temido.


III.

Creo que son los males del alma, el alma. Porque el alma que se cura de sus males muere.

Una cosa sana no respira.

El hombre no va a ninguna parte. Todo viene al hombre, como el mañana.

Estoy tan poco en mí, que lo que hacen de mí, casi no me interesa.

Lo que hice o no hice creo que pasó. Y lo que haré o no haré creo que también pasó.

Lo antes que yo y lo después que yo casi se han unido, casi son uno solo, casi se han quedado sin yo.

Quien va de fuego en fuego, muere de frío.

Cuando me hiciste otro, te dejé comigo.

El amor, cuando cabe en una sola flor, es infinito.

Quien perdona todo ha debido perdonarse todo.

He llegado a un paso de todo. Y aquí me quedo, lejos de todo, un paso.

Todo lo que cambia, cuando cambia, deja detrás de sí un abismo.

Sin esa tonta vanidad que es el mostrarnos y que es de todos y de todo, no veríamos nada, no existiría nada.

Dirán que andas por un camino equivocado, si andas por tu camino.

La razón se pierde razonando.

Todos los soles se esfuerzan en encender tu llama y un microbio la extingue.

El dolor no nos sigue, camina delante.

Percibimos el vacío, llenándolo.

Sí, es necesario padecer, aún en vano, para no vivir en vano.

Cuando no se quiere lo imposible no se quiere.

El mal que no ha hecho, ¡cuánto mal ha hecho!

Abato mis absurdos, porque son absurdos y me quedo con ellos…abatidos.

Cuando me llaman “mío”, no soy nadie.

Quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hace un infierno.

Si se mira siempre una misma cosa, no es posible verla.

Cuando tengo algún momento de sensatez lo pierdo todo.

El viaje: un partir de mí, un infinito de distancias infinitas y un arribar a mí.

Cuando no sea más nada, ¿no seré más nada? ¡Cómo quisiera no ser más nada cuando no sea más nada!

Tenemos un mundo para cada uno, pero no tenemos un mundo para todos.


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