Caminábamos con Seba
por Rio
un jueves feriado
muy gris,
un silencio
estructural lo recorría
como hoy
a Rosario.
Salimos del Centro Cultural
del Banco Rio do Sul
Habíamos visto una obra
finísima
de teatro de objetos
“El gabinete del Dr. Caligari”
hecha por una compañía,
creo que de ingleses
Ahora teníamos que hacer tiempo:
decidimos ir a Lapa
y por supuesto nos perdimos.
Caminamos por el casco
del centro desolado
de Rio
y por momentos estaba todo tan
vacío
y tan silencioso
que parecía el escenario diurno
de una película de zombies
en ese momento de latencia
que antecede
al infierno de la noche
Caminábamos los dos
atentos a las caras
que cada tanto aparecían
por las calles perpendiculares
a esa avenida de puro cemento y smog
Y sin embargo,
por lo menos durante el camino
de ida,
teníamos la tranquilidad
del que no elige
el camino que recorre
Pasamos varias
de las cuadras larguísimas
de la feria de Uruguaiana
y doblamos a la izquierda
en un parque cercado
que tenía
una manzana
pero de las dimensiones
de esas cuadras
interminables
La vereda nos alojó paralizados
cuando
nos impactó
pastando
un roedor sin cola
y tratando
de cuadrar nuestros sentidos
en la imagen
nos acercamos
muy despacio
sólo para ver el animal
replicado
a lo largo de
todo el campo
Y entramos.
Era un parque abandonado
en el medio más grasa y
pobre
de Rio Sur,
un coloso deforme
que imaginé
cuerpo a cuerpo
en combate
con aquel Adonis carioca,
el Parque Lage en Flamengo
Ese día gris azufre
en el que el silencio
redondo
y perfecto del feriado
detenía el tiempo
dejaba en primer plano
esa belleza triste
y sublime
de la creación abandonada
dejaba ver los hilos
tensos
de ese engendro gótico
ensamble disonante de roedores
gatos y pavos
Soberanos del Campo de Santana
que jugaban a sus anchas
alrededor del pantano neurálgico
o entre los árboles monumentales
pacientes
de la nada
Y todo
tenía un desteñido
melancólico
que matizaba aquella
atmósfera
de cinta de cassette estirada
Con Seba paseábamos
Éramos ese día unos ojos
antropólogos,
únicos testigos
de aquél paisaje extraño
de animales
e indigentes
soñando lejos
en los bancos verdes,
descascarados.
En el medio del recorrido
había un asiento
el más estropeado
Y en su cima
un pavo real
azul
muy frío
miraba indiferente
a la plebe que
merodeaba,
esa fauna
hija del reverso profundo de Rio
Después nos fuimos
porque el parque cerraba
y ahí el tiempo impuso su ritmo
Estaba por hacerse de noche
y teníamos por delante
unas cuantas cuadras
desiertas
hasta el Centro Cultural
Las hicimos apurados
y, al menos yo,
bastante asustada
Al otro día le pedí a Seba que volviéramos:
quería sacar fotos del Parque,
tratar de capturar algo
de esa atmósfera
Pero era día laboral y la gente transitaba
por toda la zona,
los animales se movían a discreción…
Rio era de nuevo
el monstruo metropolitano
erigiéndose exultante con el sol
“Vamos Seba, ya fue”, le dije
Esa noche en
Botafogo
mientras me fumaba un cigarrillo
en el balcón de Denise
agradecí secretamente
a Rio
por habernos mostrado
aquél feriado
el lado B del Paraíso
por Rio
un jueves feriado
muy gris,
un silencio
estructural lo recorría
como hoy
a Rosario.
Salimos del Centro Cultural
del Banco Rio do Sul
Habíamos visto una obra
finísima
de teatro de objetos
“El gabinete del Dr. Caligari”
hecha por una compañía,
creo que de ingleses
Ahora teníamos que hacer tiempo:
decidimos ir a Lapa
y por supuesto nos perdimos.
Caminamos por el casco
del centro desolado
de Rio
y por momentos estaba todo tan
vacío
y tan silencioso
que parecía el escenario diurno
de una película de zombies
en ese momento de latencia
que antecede
al infierno de la noche
Caminábamos los dos
atentos a las caras
que cada tanto aparecían
por las calles perpendiculares
a esa avenida de puro cemento y smog
Y sin embargo,
por lo menos durante el camino
de ida,
teníamos la tranquilidad
del que no elige
el camino que recorre
Pasamos varias
de las cuadras larguísimas
de la feria de Uruguaiana
y doblamos a la izquierda
en un parque cercado
que tenía
una manzana
pero de las dimensiones
de esas cuadras
interminables
La vereda nos alojó paralizados
cuando
nos impactó
pastando
un roedor sin cola
y tratando
de cuadrar nuestros sentidos
en la imagen
nos acercamos
muy despacio
sólo para ver el animal
replicado
a lo largo de
todo el campo
Y entramos.
Era un parque abandonado
en el medio más grasa y
pobre
de Rio Sur,
un coloso deforme
que imaginé
cuerpo a cuerpo
en combate
con aquel Adonis carioca,
el Parque Lage en Flamengo
Ese día gris azufre
en el que el silencio
redondo
y perfecto del feriado
detenía el tiempo
dejaba en primer plano
esa belleza triste
y sublime
de la creación abandonada
dejaba ver los hilos
tensos
de ese engendro gótico
ensamble disonante de roedores
gatos y pavos
Soberanos del Campo de Santana
que jugaban a sus anchas
alrededor del pantano neurálgico
o entre los árboles monumentales
pacientes
de la nada
Y todo
tenía un desteñido
melancólico
que matizaba aquella
atmósfera
de cinta de cassette estirada
Con Seba paseábamos
Éramos ese día unos ojos
antropólogos,
únicos testigos
de aquél paisaje extraño
de animales
e indigentes
soñando lejos
en los bancos verdes,
descascarados.
En el medio del recorrido
había un asiento
el más estropeado
Y en su cima
un pavo real
azul
muy frío
miraba indiferente
a la plebe que
merodeaba,
esa fauna
hija del reverso profundo de Rio
Después nos fuimos
porque el parque cerraba
y ahí el tiempo impuso su ritmo
Estaba por hacerse de noche
y teníamos por delante
unas cuantas cuadras
desiertas
hasta el Centro Cultural
Las hicimos apurados
y, al menos yo,
bastante asustada
Al otro día le pedí a Seba que volviéramos:
quería sacar fotos del Parque,
tratar de capturar algo
de esa atmósfera
Pero era día laboral y la gente transitaba
por toda la zona,
los animales se movían a discreción…
Rio era de nuevo
el monstruo metropolitano
erigiéndose exultante con el sol
“Vamos Seba, ya fue”, le dije
Esa noche en
Botafogo
mientras me fumaba un cigarrillo
en el balcón de Denise
agradecí secretamente
a Rio
por habernos mostrado
aquél feriado
el lado B del Paraíso
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