Un instrumento místico
Poco podría
decirse sobre Gongue de Marcelo Cohen
sin mencionar algunas cuestiones de su obra previa, ya que en efecto ésta, su
última novela, retoma el universo del Delta Panorámico que el autor viene construyendo
desde hace más de una década. Como es usual en Cohen, sus novelas se narran
desde la perspectiva de los personajes. Las múltiples tramas que conforman la
historia total del Delta Panorámico no se agrupan bajo la mirada de un narrador
omnisciente sino que funcionan como fragmentos que sólo el lector (el único con
mirada panorámica en sus sagas)
reunirá. La carencia de este tipo de narrador omnipotente es, no obstante,
elocuente respecto de la incesante interrogación acerca de la ausencia de Dios
que recorre la obra de Cohen. Sin duda Gongue
se ancla también en este núcleo místico para mostrar otro ángulo de la
reflexión coheniana sobre las posibilidades de lo divino.
El
protagonista de este fragmento de la historia del Delta Panorámico se llama
Gabelio Támper, guardia que protege las cosas que en otro tiempo fueron
abandonadas por el Custodio (nombre que toma aquí esa especie de Dios abandónico
recurrente en Cohen) y que se encuentran ahora inundadas bajo el agua. Los
elementos tecnológicos futuristas propios de la ficción coheniana (robotines,
flaytaxis, ciborgues) tejen una vez más el telón de extrañeza que oficia de
fondo a la narración del mutuo “desamparo” de Támper y los objetos, así como de
los avatares de su recíproca “compañía”. Atravesada por el devenir monótono de
las aguas del delta, la atmósfera del relato toma la forma de un velo
evanescente y casi ilusorio que introduce la interrogación idealista sobre la
naturaleza de todo lo real. Y es que, en efecto, esta pequeña novela es, al
igual que toda la obra de Cohen, narrativa de la espera de una revelación, de
un advenimiento de sentido que, como en Esperando
a Godot de Beckett, nunca llega.
La tensión de
la espera se construye con el monólogo interior del protagonista que, privado
casi de cualquier interacción humana, entabla una comunicación con la divinidad
ausente a través de un instrumento llamado Gongue, un platillo de percusión que
“gestiona la vida del mundo mudo desde que el Custodio de las cosas se ausentó.
Gestiona lo manifiesto y lo que no se manifiesta más; mantiene el equilibrio a
salvo del Torcedor (antagonista del Custodio)”; de alguna u otra forma, el
Gongue reafirma con la propagación de su sonido la esencia verdadera del
espíritu en las cosas del mundo. Es un instrumento místico que hace de alguna
manera presente lo que se encuentra ausente.
De este modo,
Támper (acaso el único personaje real del texto) continúa la línea de los
protagonistas de las ficciones de Cohen que son ante todo figuras mediadoras en
la comunicación con lo divino, personajes que en el ejercicio del arte proponen
una instancia de espera (tan velada como tensa) de una revelación que al mismo
tiempo busca ser provocada a través del gesto artístico. Este es el sentido de
la danza para la protagonista de Impureza
(2007), Verdey, o el de la música para Lotario (El oído absoluto, 1989), pero también es el sentido de la escritura
tanto en El testamento de O´Jaral (1995)
como en la extensísima novela Donde yo no estaba (2006).
En relación con este último y lateral comentario, conviene remarcar cierto giro interesante de la narrativa de Cohen en el que Gongue también se incluye. La distintiva carga lírica y hasta por momentos barroca de su narrativa se halla aquí condensada con precisión quirúrgica. De modo que el estilo fino y cuidado se vuelve más leve y deleitable en esta entrega de su obra gracias a la brevedad. Sin duda, esta es una acertada propuesta estética a la que el autor viene apostando desde Impureza, la cual parece responsable en gran parte de la creciente popularidad que su obra viene cobrando desde la publicación de la galardonada Balada (2011). En el contexto de esta etapa actual de su narrativa, Gongue es indudablemente la más interesante de sus piezas.
En relación con este último y lateral comentario, conviene remarcar cierto giro interesante de la narrativa de Cohen en el que Gongue también se incluye. La distintiva carga lírica y hasta por momentos barroca de su narrativa se halla aquí condensada con precisión quirúrgica. De modo que el estilo fino y cuidado se vuelve más leve y deleitable en esta entrega de su obra gracias a la brevedad. Sin duda, esta es una acertada propuesta estética a la que el autor viene apostando desde Impureza, la cual parece responsable en gran parte de la creciente popularidad que su obra viene cobrando desde la publicación de la galardonada Balada (2011). En el contexto de esta etapa actual de su narrativa, Gongue es indudablemente la más interesante de sus piezas.
Publicado en el suplemento cultural "Señales" del diario La Capital (28-07-2013)
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